miércoles, 11 de noviembre de 2015

! LA LITURGIA FUENTE DE VIDA PRESENTE Y FUTURA. !

Por su Misterio Pascual, el hijo de Santa María nos trajo el maravilloso don de la Reconciliación (CD, 6). Esta Reconciliación, obrada una vez y para siempre, se prolonga en la historia por medio de la Iglesia, su Cuerpo Místico. El Señor Jesús, Sacerdote de la Nueva Alianza, único mediador entre Dios y los hombres (1Tim 2, 5), ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes para Dios su Padre (Ap 1, 6), de manera que unidos a Él, podamos ofrecer al Padre sacrificios espirituales, en espíritu y en verdad (Jn 4, 23s).
En la liturgia, el Señor Jesús asocia a su Iglesia en un doble dinamismo: glorificamos al Padre, y somos santificados por Él, que nos comunica su vida. Por eso, la liturgia constituye el lugar por excelencia donde se actualiza y prolonga en el tiempo la obra de la reconciliación.

GLORIFICACIÓN DE DIOS

Siendo la aspiración al encuentro un dinamismo fundamental del ser humano, éste experimenta un hambre de trascendente plenitud, de encuentro absoluto con Aquel que es Comunión de Amor. Este dinamismo sella profundamente nuestra propia mismidad. En el Señor Jesús somos invitados a participar de la misma vida divina, que es comunión trinitaria, perfecta intercomunicación de Amor.
La liturgia es el ámbito privilegiado bajo el velo de los signos sagrados del encuentro de la Iglesia y cada uno de sus miembros con Dios Padre, en el Señor Jesús, bajo la acción del Espíritu. Toda celebración litúrgica es acción sagrada por excelencia, pues es obra de Cristo sacerdote y su Cuerpo, la Iglesia ( Sacrosantum Concilium, 7). La liturgia eleva al Padre la oración de adoración y súplica del pueblo fiel que peregrina hacia el encuentro definitivo con Dios-Amor.

FUENTE DE SANTIFICACIÓN

La liturgia es, a la vez, fuente de santificación. Ella es un medio extraordinario para lograr la conformación con el Señor Jesús, el Hijo de María, pues nos hace participar de manera más íntima de su propia vida divina.
En efecto, la vida de Cristo se nos comunica por la liturgia "mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida de la Iglesia" (Sacrosantum Concilium, 6), de manera especial la Eucaristía, "Corazón y centro de la liturgia" (Pablo VI). A través de la liturgia, es el mismo Señor Jesús quien nos habla, nos interpela, nos cuestiona; pues "cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla" (Sacrosantum Concilium, 7). La oración de la Iglesia al Padre, por medio de la liturgia, es la misma oración de Cristo. Todo el año litúrgico actualiza, hace presente, el misterio del Señor y su riqueza santificadora (Sacrosantum Concilium, 102).
Esta eficacia santificadora de la liturgia implica nuestra participación activa, consciente y comprometida. En una participación así, las palabras y el corazón, lo exterior y lo interior, lo personal y lo comunitario, no se encuentran separados, sino que caminan juntos en una íntima y armoniosa relación. De esta forma, la liturgia se convierte en una excelente ocasión para educarnos en el silencio, la reverencia, el recogimiento y la docilidad al Divino Plan.
Así pues, ambos aspectos, glorificación de Dios y santificación del hombre, convergen armónicamente en la liturgia, formando una unidad inseparable, pues el Padre es glorificado en nuestra santidad.

LITURGIA Y VIDA

La liturgia no se reduce a un mero conjunto de normas culturales. Ella es una función vital de toda la Iglesia. La liturgia no solamente es la actividad propia de la Iglesia, cuya eficacia, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, no es igualada por ninguna otra acción (Sacrosantum Concilium, 7) sino "la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, el mismo tiempo, la fuente de donde emana toda su fuerza" (Sacrosantum Concilium, 10).
Por esto, aquello que se realiza en la liturgia, no debe permanecer encerrado en los muros del templo, sino que debe prolongarse a lo largo de toda nuestra existencia. Nada más ajeno a la vida cristiana que un intimismo capillista desencarnado y estéril. Y más aún hoy en día, en que la secularización, la apatía y la indiferencia religiosa aplastan a los hombres, en que el mundo paganizado y su cultura de muerte constituyen un desafío permanente. Nuestra tarea evangelizadora aparece, pues, como una exigencia y un reto cada vez más apremiantes. De ahí la importancia de alimentarnos de la liturgia, pues ella es como enseñan nuestros Obispos de Puebla "el momento privilegiado de comunión y participación para una evangelización que conduce a la liberación cristiana integral, auténtica" (Puebla, 835).
Toda nuestra vida debe constituirse en un verdadero acto litúrgico. Debemos ser protagonistas, junto con el Señor Jesús, de la construcción de la convivencia y las dinámicas humanas que reflejan el misterio de Dios y Constituyen su gloria viviente (Puebla, 213).

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