martes, 10 de noviembre de 2015

HOMILÍAS DE DIFUNTOS



1. Homilía para público amplio: la vida no termina, no tengamos miedo.


 Sabiduría 3,1-9

1. (La vida de los hombres no termina con la muerte)
El hecho de la muerte se alza como un muro lleno de interrogantes y
de temor en el centro mismo del camino de la vida. Vamos avanzando por
nuestra existencia y, de repente, nos encontramos encarados con esta
muralla misteriosa que nos impide el paso. Y en su misma base dejamos
los restos de nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos piadosamente los
recogen y los entierran. ¿Todo se ha terminado para nosotros? Este es
uno de los interrogantes escritos en la muralla de la muerte y que nos
llena de angustia: ¿LA VIDA DE LOS HOMBRES SE TERMINA CON LA
MUERTE?
La Palabra de Dios que hemos leído NOS DICE QUE NO: "La gente
insensata—los que no tienen fe—pensaban que morirían—que todo se
terminaba para ellos—, consideraba su tránsito como una desgracia, su
partida de entre nosotros—esto es, el pasar de una a otra manera de
vivir—como una destrucción. Pero ellos están en paz". Parece como si
esta muralla de la muerte fuera impenetrable, que no nos deja pasar al
otro lado, pero nuestra vida, aquello que constituye verdaderamente
nuestra personalidad, "probada como oro en crisol", libre de los
obstáculos que nos imponían el tiempo y el espacio, "resplandecerá como
chispa que prende" y atravesará el muro. HEMOS PASADO AL OTRO
LADO. En este momento solemne se cumple lo que hemos oído en la
lectura: "Los que confien en el Señor conocerán la verdad, y los fieles
permanecerán con él en el amor".

2. (Los que han muerto están en manos de Dios)
Ahora encontramos también respuesta a otro de los interrogantes de la
muerte: ¿DONDE ESTAN NUESTROS DIFUNTOS? ¿QUIEN SE
PREOCUPA AHORA DE ELLOS? Desde la fe podemos decir: "La vida de
los justos está en manos de Dios" No tengamos miedo, ya que
NUESTROS DIFUNTOS ESTAN EN BUENAS MANOS, mucho mejores que
las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una
vez fueron victimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de
nuestro egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de
Dios: manos de padre que acogen, que comprenden, que aman y por ello
siempre están dispuestas a perdonar. Manos de padre y de madre llenas
de amor. Las manos de Dios nos han dado la vida, se han juntado con las
nuestras y nos han conducido por los caminos de la existencia, nos han
educado para la libertad, para la responsabilidad, para el amor. Por ello
nos han salvado, nos han liberado, y han hecho que llegásemos a ser lo
que somos: nosotros. Las manos de Dios se alargan también hacia
nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de la frontera, allí
donde "ningún tormento nos tocará", a la felicidad inmensa, al lugar del
reposo, de la luz y de la paz, a la inmortalidad.
Nuestro hermano ha dado este paso definitivo. Ahora está con Dios.
ACOMPAÑEMOSLE CON NUESTRO RECUERDO Y CON NUESTRA
PLEGARIA, unidos a Jesucristo, nuestro hermano mayor, que ha muerto y
ha resucitado y nos ha enseñado el camino que conduce a nuestra casa,
a la casa de Dios, a la casa del Padre y la Madre, a la casa donde todos
nos hemos de reunir para siempre. 

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