viernes, 20 de enero de 2017

Bibliografía DEL CRISTIANISMO


El cristianismo es en la actualidad la religión con mayor número de adeptos en todo el mundo: casi una tercera parte de la humanidad es cristiana,pero difieren en la estructura institucional, la valoración de determinadas tradiciones bíblicas y eclesiásticas y el ordenamiento de los ritos comunitarios.
Asi podemos denominar cristianismo católico, ortodoxo oriental y reformado o protestante. Esas tres grandes Iglesias (Católica, Ortodoxa y Protestante) comparten esencialmente las mismas escrituras sagradas (la Biblia) y surgen después de un primer milenio de cristianismo indiviso, aunque no exento de herejías que sufrieron marginaciones y persecuciones.
Conocemos los orígenes y formación del cristianismo por, en primer lugar, los libros del Nuevo Testamento, que refieren la vida y muerte de Jesús y algunos hechos relativos al establecimiento de la Iglesia. Aun siendo escritos de creyentes en el mensaje cristiano, y no tratarse, en consecuencia, de testimonios imparciales, muchos de sus informes responden perfectamente a la ideología y las costumbres del medio judío y el mundo helenístico-romano en que se sitúan los hechos. Por otra parte, aunque representen una defensa de la realidad cristiana, constituyen un testimonio palpitante y sincero más que una apología a toda costa. El retrato del propio Jesús rebosa humanidad incluso en su misma actividad taumatúrgica de curar enfermos y expulsar demonios.
El Evangelio de Lucas intenta conectar el hecho cristiano con algunos acontecimientos de la historia universal: "En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea..." (Lucas 3, l) inició Juan Bautista su actividad de predicador, exhortando al pueblo a la conversión de sus pecados y a recibir un bautismo de penitencia, que él administraba en las aguas del Jordán.
Allí acudió Jesús para ser bautizado por Juan. Y, tras retirarse al desierto para un período de meditación de cuarenta días, Jesús dio comienzo a su ministerio público, que se prolongaría unos tres años, según el cómputo más probable. De entre los primeros seguidores eligió a doce, a los que llamó "apóstoles" o emisarios, porque pronto los enviaría a predicar su mensaje, que en esencia decía: "Se ha cumplido el tiempo; el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el evangelio" (Marcos 1, 15). Todo en un lenguaje que sólo era accesible a los creyentes de Israel, pues eran expresiones e ideas del Antiguo Testamento.
Jesús enseñaba en las sinagogas, las plazas, los campos y a orillas del lago galileo de Genezaret, comentando pasajes de los profetas y preceptos de la Ley, con gran aceptación del público sencillo y con recelo primero y con hostilidad después por parte de los dirigentes religiosos y del sacerdocio oficial, representados por las sectas de los fariseos y los saduceos.
Jesús y sus primeros discípulos veía su actividad misionera como el cumplimiento de los vaticinios de los profetas que anunciaban la liberación de los pobres, los oprimidos y los enfermos. Desde el primer momento tomó el partido del pueblo y de los pecadores y marginados con una apertura y humanidad que irritaban la mentalidad legalista de los bienpensantes. La irritación subió de tono ante la autoridad personal con que Jesús exponía sus ideas sin recurrir a la autoridad de los maestros. El clamor de la gente era que nadie había hablado como él ni nadie había tenido sus poderes milagrosos para curar a los enfermos.
El Sermón de la Montaña (Mateo 5-7; Lucas 6, 20-49) resume el mensaje religioso y ético de Jesús, al paso que define su manera de actuar, que nada tenía que ver con un mesianismo violento y belicoso, como esperaban y anhelaban los zelotas en su odio contra Roma. Después de la que se ha llamado "crisis galilaica", por la cual las gentes desilusionadas de su pacifismo volvieron la espalda a Jesús, no era difícil prever un desenlace trágico. Jesús tuvo conciencia de ello y anunció repetidas veces su pasión y muerte a los discípulos, como testifican al unísono los tres primeros evangelios
Con su entrada festiva y pacífica en Jerusalén cabalgando un asno, Jesús defraudó por completo a los violentos, aunque la simpatía del pueblo exacerbó aún más la envidia y los temores de los dirigentes judíos.
Los criados del sumo sacerdote Caifás y de otros jerarcas lo apresaron en el Monte de los Olivos, al este de Jerusalén. Los dirigentes judíos lo condenaron por blasfemo, señalando que se hacía pasar por Mesías e Hijo de Dios, y lo acusaron ante el procurador romano de rebeldía contra Roma. Y Pilato lo condenó a muerte de cruz. La sentencia se ejecutó probablemente el 7 de abril del año 30 de la era cristiana.
Todo parecía haber acabado de la forma más lastimosa: el héroe clavado en una cruz y sus discípulos desilusionados en sus esperanzas, huidos y escondidos por temor a las represalias de los dirigentes del pueblo. Pero al tercer día algunas mujeres creyentes, con María Magdalena a la cabeza, sobresaltaron a Pedro y a otros discípulos anunciándoles que el Señor había resucitado y que lo habían visto vivo.
Los primeros adeptos eran judíos monoteístas, que no vieron dificultad alguna en conciliar su monoteísmo con la fe en Jesús como Mesías davídico y como Hijo de Dios.
Jesús había limitado su actividad predicadora y curativa "a las ovejas de la casa de Israel", con apenas alguna breve incursión en el territorio pagano de Fenicia. Sin embargo, su mensaje de amor universal, del reino de Dios que acogía a todos y del Padre celestial que lo era de todos los hombres, rompía cualquier frontera nacionalista.
Pero el gran paso adelante lo dio un judío llamado Pablo, que había nacido en Tarso (Asia Menor). Ciudadano romano, había estudiado en Jerusalén con el famoso rabino Gamaliel, y desplegó un gran celo en la defensa verbal y armada del judaísmo, llegando a perseguir violentamente a los seguidores de Jesús. Una fuerte vivencia personal cambió por completo su manera de pensar y se hizo cristiano en Damasco, capital de Siria, tomando el nombre romano de Paulus, Pablo. Nadie en la historia, a excepción de Jesús, iba a ser más determinante para el destino del cristianismo.
En sus incansables viajes misioneros por todo el Imperio Romano, Pablo fundó numerosas iglesias locales, cuya fe alentó con sus cartas, que constituyen el primer testimonio escrito de la nueva religión y una parte sustancial del Nuevo Testamento. La muerte de Jesús, interpretada a la luz de su resurrección, tenía un valor universal de rescate y reconciliación para todas las personas, cualesquiera que fuesen su nacionalidad, estado social y sexo
Todas las comunidades cristianas locales compartían la misma fe en Jesús y en la acción misteriosa de su Espíritu; todas practicaban los mismos ritos, que esencialmente consistían en la recepción del bautismo como ceremonia iniciática de admisión y la celebración de la Cena del Señor. Pero hasta finales del siglo I no constituyeron una verdadera sociedad institucionalizada. Antes de ello no hubo propiamente una clase sacerdotal, equivalente por ejemplo a la judía del templo de Jerusalén o a las que pululaban en torno a los cultos helenístico-romanos.
Un texto de los Hechos de los Apóstoles los entiende en el sentido de personas que se mantienen "vigilantes" para pastorear a la Iglesia del Señor. Puede admitirse que en los primeros momentos las comunidades cristianas estuvieran regidas por un consejo de ancianos y que en una segunda etapa hubiera ya un solo anciano como dirigente de cada comunidad.
En los primeros tiempos, a juzgar por lo que dice Pablo, el gran núcleo de creyentes de las Iglesias lo formaban gentes de baja condición económica y social: "No hay muchos ricos, no hay muchos sabios...
Desde Nerón hasta Diocleciano hubo dos siglos y medio de persecución sangrienta, motivada por la negativa de los cristianos a dar culto al emperador divinizado: se les veía como rebeldes al Imperio, como traidores de lesa majestad.
La decisión política del emperador Constantino I el Grande de declarar religión lícita el cristianismo mediante el edicto de Milán (313) y convertirla a los pocos años en la religión oficial del Estado supuso un cambio radical para la Iglesia.
Las grandes ciudades de Antioquía, Alejandría y Bizancio en el imperio de Oriente, y Roma, en el de Occidente, fueron centros de poder político y económico y sedes episcopales cristianas con autoridad imprecisa pero real sobre las demás. Junto con Jerusalén formaron los cinco patriarcados. Al trasladar Constantino la capital a Bizancio, que desde entonces se llamó Constantinopla, el obispo de Roma gozó de autonomía y poder muy superiores a los de cualquier otro.
Ya desde el siglo II se habían dado desviaciones por obra, sobre todo, de herejías gnósticas. Pero fue en el siglo IV cuando se sintió la necesidad de dar a la institución eclesiástica un depósito bien preciso de verdades indiscutibles, que se apoyaban en la tradición apostólica y que eran aceptadas por la totalidad o la mayoría de las Iglesias locales de más prestigio. Tales verdades se denominaron dogmas, formulados de forma sintética en los símbolos o credos.
A la fijación de tales postulados fundamentales estaban orientados los concilios y los sínodos eclesiásticos. "Concilio" es palabra latina y "sínodo" vocablo griego, y ambas significan asamblea o reunión.
El primero de los concilios ecuménicos fue el de Nicea (325), que definió la divinidad del Hijo, poniéndola en el mismo plano que la del Padre, contra la doctrina del sacerdote alejandrino Arrio. Los ocho primeros concilios ecuménicos perseguían aclarar conceptos relativos a la Trinidad de Dios y a la personalidad de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Debido a la posición de la Iglesia desde el siglo IV en el Imperio Romano y desde el V en el Imperio Bizantino, los concilios estuvieron supervisados y a veces manipulados por el poder estatal (todos se celebraron en Oriente y cuatro en la capital, Constantinopla) y tuvieron en ocasiones hondas repercusiones de índole política y social. La proclamación de la maternidad divina de María en el concilio de Éfeso (431), contra la opinión del patriarca constantinopolitano Nestorio, fue motivo de tumultos populares.
A lo largo de su primer milenio de existencia, el cristianismo fue desarrollándose de forma diferente en los imperios de Occidente y Oriente, y la lucha por el poder entre el Papa de Roma y el Patriarca de Constantinopla condujo al cisma de las dos iglesias (1050). La Iglesia católica desarrolló un gobierno eclesiástico centralizado y estableció un sistema inmutable de dogmas. En el siglo XVI, la Reforma protestante quebrantó el poderío de la Iglesia y, a pesar de la Contrarreforma, en el norte de Europa florecieron las iglesias reformadas, que se escindieron en numerosas sectas.
El tono polémico no desapareció nunca por completo, habida cuenta de la persistente floración de desviaciones o herejías dentro de la Iglesia; pero el acento cargó en la profundización del misterio cristiano para instrucción de los fieles.
Esa labor la llevaron a término los llamados padres de la Iglesia, con nombres tan ilustres como Orígenes, Tertuliano, Ireneo, Anastasio, los dos Cirilos, de Alejandría y Jerusalén, los tres capadocios (Gregorio Nacianceno, Gregorio Niseno y Basilio), el milanés Ambrosio, el antioqueño Juan Crisóstomo, los papas León y Gregorio Magno, que unificaron desde el dogma a la música (canto gregoriano), el políglota Jerónimo, que trabajó más que ninguno en la Biblia, el hispalense Isidoro, primer "enciclopedista" de Occidente con sus Etimologías, y, por encima de todos en razón de su profundidad mental, su penetración psicológica y su enorme influencia, Agustín, obispo de Hipona y autor de obras tan famosas como las Confesiones y La ciudad de Dios. Así nacieron los monjes, primero en total aislamiento y después en comunidades de anacoretas o retirados, dedicados a la penitencia y el ayuno, al trabajo físico y a la meditación espiritual.

El primado de Pedro como primer Papa.

Algunos ponen en duda si realmente Pedro estuvo en Roma y fue obispo de esa ciudad y no falta quien dice que Pedro es una invención alegórica basada en mitológicos guardianes de puertas (por supuesto toda la Biblia también es una invención, según ellos). Este desafío a la idea tradicional apareció en el siglo XIX y fue calando entre muchos protestantes a lo largo del siglo XX.
Si los papas comenzaron tiempo después, entonces se puede ver claramente que esa idea no estaba en las mentes de la primera comunidad cristiana.
Las pruebas de que Pedro estuvo en Roma y lideró la iglesia de allí junto con Pablo, vamos a ver si al morir Pedro sus sucesores heredaron o no su primado y el liderazgo sobre la Iglesia universal. La cuestión clave aquí es aclarar quién fue el primer papa 
líder de la Iglesia). Los cristianos católicos dicen que fue Pedro, y tras él su sucesor y así hasta hoy, los protestantes dicen que el primer papa no llegó hasta el siglo VI o incluso más tarde,según los protestantes antes del siglo VI tenemos un obispo en Roma, pero no un papa porque ni se consideraba ni era considerado líder de los demás. verdadero “papa” Por tanto hay que ver si antes del siglo VI tenemos noticias de que un obispo romano tuviera jurisdicción sobre el resto de obispos cristianos o no. Además, esa preeminencia debería remontarse hasta el primer siglo, lo que demostraría que todos los obispos de Roma, desde el sucesor de Pedro, han considerado siempre que de Pedro y Pablo les viene su cátedra episcopal, y además heredan también la primacía de Pedro, lo que les convierte en líderes de la Iglesia de Jesús.
Algunos piensan que Pedro no era un papa sino mucho más, y que decir que fue el primer papa o el primer obispo de Roma,cuando la Iglesia dice que Pedro fue el primer papa no se refiere a que Pedro fuese un papa como los demás o simplemente un obispo. Pedro fue el príncipe de los apóstoles, y eso le sitúa en una posición muy por encima de cualquier obispo y cualquier otro papa. Pero si hablamos de “papa” como el líder de toda la Iglesia, entonces, en ese sentido, es lógico decir que Pedro fue el primer papa, porque él fue el primer líder de la Iglesia. El mismo Pedro se define a sí mismo como presbítero (o sea, sacerdote) en su primera carta: “siendo yo presbítero como ellos” (1 Pedro 5:1), así que si él se puede definir como sacerdote -porque también lo era- tampoco será muy inadecuado definirlo como obispo o papa -porque también hizo esas funciones.
En la primera mitad del siglo II ya tenemos el testimonio escrito de Ireneo de Lyon, nacido en Esmirna (en la actual Turquía) diciendo que tras la muerte de Pedro en Roma (circa 64 d.C) le sucedió Lino (desde el 64 al 77), que además identifica como el Lino mencionado en las cartas de Pablo a Timoteo (2 Timoteo 4:21).
No sólo nos dice que fue el primer sucesor de Pedro, sino que además el propio Pedro decidió que fuera él su sucesor, así que tendríamos una elección directa de Pedro al primero de los papas (segundo si consideramos a Pedro el primero)
Justo es decir que de las varias listas de sucesión que conservamos de la Antigüedad no todas son idénticas pues a veces aparece un Kleto, pero más bien parece que se trate de error debido a que “Anacleto” también se puede llamar “Cleto”
vio a los Apóstoles benditos y conversó con ellos y que aún le sonaba en sus oídos la predicación de los Apóstoles, y tenía su tradición ante sus ojos, y no era él solo sino que aún sobrevivían muchos a los que los Apóstoles les habían enseñado (Adversus haereses, III, 3)
De este San Clemente, el tercer sucesor, (empezó en en torno al año 88-92 d.C.) ya tenemos
Y nuestros apóstoles sabían por nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre el nombramiento del cargo de obispo. Por cuya causa, habiendo recibido conocimiento completo de antemano, designaron a las personas mencionadas, y después proveyeron a continuación que si éstas durmieran, otros hombres aprobados les sucedieran en su servicio. (Epístola a los Corintios, Clemente)
LA TRAMPA DE SAN IRENEO
Hemos visto que la primera lista de papas conservada nos viene de la pluma del obispo oriental Ireneo de Lyon (siglo II). Es frecuente leer escritos que utilizan esta lista de Ireneo como la prueba clara de que Pedro no fue ni el primer papa ni el primer obispo de Roma, pues en esa lista no se menciona a Pedro, sino que empieza con Lino.
Clemente heredó el episcopado (Adversus Haereses 3, 3, 3)
Ya vemos que los apóstoles entregaron el episcopado a Lino, así que Lino parece un sucesor, no el primero de una “estirpe” como ellos insinúan.
Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles entregaron el servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo (2 Timoteo 4, 21). Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo, porque aún vivían entonces muchos que de los Apóstoles habían recibido la doctrina.
El testimonio más temprano conservado sobre la primacía ostentada por un sucesor de Pedro nos viene a finales del siglo primero de la pluma del papa Clemente quien, como ya hemos comentado, escribió una carta con ocasión de una disputa en la iglesia de Corinto (actual Grecia), donde los cristianos rechazaron y depusieron a sus dirigentes.
" Mas si algunos desobedecieren a las amonestaciones que por nuestro medio os ha dirigido El [Dios] mismo, sepan que se harán reos de no pequeño pecado y se exponen a grave peligro. Más nosotros seremos inocentes de este pecado… (Epístola de Clemente a los Corintios, LIX "
Con un texto así es difícil comprender que los estudiosos protestantes no vean en esta carta ninguna prueba de la supremacía papal. Es de señalar que esta carta fue considerada por muchas iglesias primitivas como inspirada por Dios, y como tal forma parte de algunas antiguas versiones de la Biblia, como por ejemplo una de las más antiguas conservadas casi entera, el Codex Sinaíticus procedente del Monasterio del Monte Sinaí en Egipto (parte de la Iglesia de Oriente), donde esta carta forma parte de los libros del Nuevo Testamento.
El propio abispo Ignacio de Antioquía, por la misma época (en torno al año 107), escribe una carta a la iglesia de Roma y empezará con una disculpa por atreverse a darles consejos y dejando claro que no es quien para darles ninguna orden (Carta a los Romanos). Pero en la carta de Clemente (finales del siglo primero) vemos algo bien distinto. Empieza también con disculpas, pero no se excusa por entrometerse donde no le corresponde, sino todo lo contrario, se disculpa por haber tardado en ocuparse del asunto de esa iglesia.
Tengo evidencia de que en muchas iglesias esta carta era leída en voz alta en las asambleas de adoradores [lo que hoy llamaríamos “misa”] en los primeros tiempos, del mismo modo que seguimos haciendo en la actualidad.
Finalmente la Iglesia de Efeso, que Pablo fundó y en la cual Juan permaneció hasta el tiempo de Trajano, es también testigo de la Tradición apostólica verdadera (Ireneo de Lyon, Adversus Haereses 3, 3, 4
No es la iglesia que preside la ciudad de Roma, sino la que preside “en Roma”, o sea, allí está la presidencia de la Iglesia. De nuevo repite la idea de su presidencia cuando dice que es la que “preside en el amor”, o sea, la que gobierna la Iglesia universal con amor. La redacción griega original no da lugar a ambigüedades en cuanto al significado de estas dos referencias a la presidencia de la iglesia romana, y aún hoy los ortodoxos, sin conceder al papa autoridad sobre toda la Iglesia, admiten con San Ignacio que tiene una “presidencia en el amor” y por ello han decidido recientemente que si ambas iglesias se unen, el papa sería, como antaño, el protos de los patriarcas y merecedor de los mayores honores (Documento de Rávena, 2007), aunque aún no hay acuerdo en cómo se ejercería esa primacía
Ignacio no se dirige a esta iglesia romana para darles consejos, como hace en todas sus otras cartas al resto de iglesias, sino todo lo contrario:
Y a continuación es cuando añade su famosa frase de:
No os doy yo mandatos como Pedro y Pablo. Ellos fueron Apóstoles; yo no soy más que un condenado a muerte; ellos fueron libres; yo, hasta el presente, soy un esclavo…
San Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba ardientemente a Cristo, y que llegó a oír de él estas palabras: ‘Ahora te digo yo: Tú eres Pedro’. Él había dicho antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Y Cristo le replicó: ‘Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré esta misma fe que profesas. ‘Pedro’ es una palabra que se deriva de ‘piedra’, y no al revés. ‘Pedro’ viene de ‘piedra’, del mismo modo que ‘cristiano’ viene de ‘Cristo’. El Señor Jesús, antes de su Pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes.
“Sobre ti edificaré mi Iglesia”, le dijo El, “A ti te daré las llaves”, no a la Iglesia. “Todo lo que atares o desatares”, etc. Y no todo lo que ataren o desataren… Por consiguiente, el poder de atar o desatar, concedido a Pedro, no tiene nada que ver con la remisión de los pecados capitales cometidos por los fieles…
(Mateo 16,18)

LOS SIETE DONES DEL ESPIRITU SANTO.

CONOZCAMOS
NUESTRA FE CATÓLICA
El Espíritu Santo
- Aunque sea difícil comprenderlo, Dios es 3 personas a la vez:
Es Dios Padre --- que es nuestro Padre y quien creó todas las cosas.
Es Dios Hijo --- que es Jesús que vino a salvarnos al mundo.
Es Dios Espíritu Santo --- que es la relación
de amor que hay entre el Padre y el Hijo.
EL ESPÍRITU SANTO ES DIOS MISMO
- El Espíritu Santo es una de las tres personas de Dios, por lo tanto es Dios mismo.
LO RECIBES EN EL BAUTISMO
- El Espíritu Santo entra en ti el día de tu bautismo y su acción se hace mas fuerte en tu alma, siempre que haces un acto bueno como ir a misa, comulgar, confesarte, orar, hacer obras buenas.
- Ya ves qué importante es bautizar lo más pronto posible a nuestros hijos, para que Dios empiece a vivir dentro de ellos.
VIVE DENTRO DE TI
- Nadie puede arrebatarte el Espíritu Santo porque vive dentro de ti, solo puedes alejarlo de tu corazón tú mismo, cuando cometes un pecado.
- El Espíritu Santo permanece para siempre en tu alma si crees y amas a Dios, actuando sin que te des cuenta: Él es tu amigo, te aconseja y te anima en momentos difíciles.
- ¡ Que maravilla es que tanto te ama Dios que quiere vivir dentro de tu alma!
TE AYUDA A SUPERAR DIFICULTADES
- Con la ayuda del Espíritu Santo, eres capaz de llevar a cabo cualquier tarea y de superar cualquier dificultad. El te dará consejos, inteligencia para resolver los problemas y las
fuerzas necesarias para seguir a Jesús.
PÍDELE QUE TE GUÍE Y TE AYUDE
- Si sabes que el Espíritu Santo vive dentro de tu alma, por medio de la oración, debes pedirle que te ayude siempre, que te enseñe lo que debes de hacer en todas tus necesidades.
¡Rézale mucho!
FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO
- Aquél que el que vive en gracia, (con el alma limpia, sin pecado) tiene al Espíritu Santo dentro, y por ello, tiene unas cualidades especiales que se llaman FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO: que son el tener amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez y dominio de sí.
- Todos estos frutos son ideales en cualquier ocasión y momento de la vida: en casa con los padres, los hermanos, en la escuela, con los profesores y compañeros, en el trabajo, en la fábrica, en la siembra... con todas las personas.
- Para tener todos estos frutos debes desear ser por entero de Dios y decirle que actúe sin límites en ti.
DONES DEL ESPÍRITU SANTO
- El Espíritu Santo da, a quien le es fiel, 7 preciosos regalos o dones. Estos dones se van aumentando si así lo pides en la oración.
1) Don de Sabiduría:
- El Espíritu Santo mediante este regalo, permite a tu alma sencilla conocer a Dios y todo lo que a El se refiere. Te da un gusto especial por todo lo que se refiere a Dios o al bien de las almas. Te hace gozar con la oración y encontrar verdadero gusto en las lecturas de buenos libros especialmente de la Biblia. Hace que ya no actúes sólo para que te admiren, té lo agradezcan o te estimen, sino solamente para que Dios quede contento.
2) Don del Entendimiento:
- Mediante este regalo, El Espíritu Santo permite que entiendas mejor los misterios de Dios, es decir, esas cosas que cuesta trabajo entender; que tengas mayor certeza de lo que crees, todo se vuelve más claro. El Espíritu Santo también ilumina tu entendimiento para que comprendas la palabra de Dios en la Biblia.
3) Don de Consejo:
- El Espíritu Santo te ayuda a que en el momento de tomar una decisión, escojas lo que más te convenga, te inspira lo que debes hacer y cómo debes hacerlo, lo que debes decir y cómo decirlo, lo que debes evitar y lo que debes callar.
A veces al leer una buena lectura, El Espíritu Santo te dice lo que está esperando de ti.
También te ayuda a encontrar soluciones rápidas para causas urgentes, y guiar a otros para que no hagan lo que no les conviene.
4) Don de Fortaleza:
- Es una fuerza especial para realizar todo lo que Dios quiere de ti y para resistir con paciencia y valor las contrariedades de la vida.
- La vida es a ratos tan dura que sin el regalo de la fortaleza, no serías capaz de aguantar sin desesperación.
- La fortaleza te ayuda también en las tentaciones.
5) Don de Ciencia:
- Es una facilidad para que puedas distinguir entre lo verdadero y lo falso, distinguir lo que te llevará a Dios y lo que te separará de Él.
- Este regalo del Espíritu Santo también te ayuda a convencerte de que lo que más vale no es lo material sino lo espiritual.
6) Don de Piedad:
- Las personas que reciben este regalo, tienen hacia Dios un cariño como hacia un Padre amorosìsimo, y todo lo que sea por Él, lo hacen con gusto.
- Este regalo del Espíritu Santo te moverá a tratar a Dios con la ternura y el cariño de un buen hijo con su padre y a los demás hombres como a verdaderos hermanos.
7) Don del Temor de Dios:
- Es un temor cariñoso, que te da respeto de ofender a Dios, porque Él es un Padre tan generoso y lleno de bondad hacia ti, y también porque sabes que Dios es ¨justo¨.
- Todo menos apartarte de tu Dios. Es pues, un temor que nace del amor.
EL DIA DE PENTECOSTÉS
- Cincuenta días después de la resurrección de Jesús, mientras los apóstoles estaban en oración, recibieron al Espíritu Santo y perdieron todos sus temores e ignorancia, adquiriendo una gran decisión y conocimiento para predicar todo lo que Cristo les había enseñado. De esta misma manera, el Espíritu Santo puede transformar tu vida.
LA CONFIRMACIÓN
- Cuando la persona bautizada es mayor y se confirma, recibe al Espíritu Santo y sus dones plenamente. Entonces se convierte en un soldado de Cristo siempre dispuesto a luchar por
Él. El Sacramento de la Confirmación es como un Pentecostés para cada uno de los bautizados.
- Ves qué importante es que cuando los jóvenes están en edad de confirmarse, no dejen de hacerlo pues se pierden de aumentar en su alma estos 7 grandes regalos o dones del Espíritu Santo.
PROPÓSITO DEL MES:
- Son 7 días de la semana y 7 dones del Espíritu Santo. Cada día de la semana estudiaré uno, le pediré al Espíritu Santo que aumente este don en mi persona.
Cuando tenga que tomar una decisión difícil, me acordaré de pedirle al Espíritu Santo que me guíe y cuando tenga problemas le pediré que me ayude a superarlos.
¡Gracias Dios mío por estar siempre conmigo!

POR LA FE…LA IGLESIA PRIMITIVA

Hechos 2:42-47
POR LA FE…LA IGLESIA PRIMITIVA
Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
No me canso de leer estos versículos. Es maravilloso ver el surgimiento de la iglesia primitiva y la relación entre los primeros creyentes:
Perseveraban en la doctrina, en la comunión, en el partimiento del pal y en las oraciones.
Estaban juntos y tenían en común todas las cosas.
Vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían según la necesidad de cada uno.
Perseveraban unánimes en el templo cada día.
Partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón.
Alababan a Dios y tenían favor con todo el pueblo.
Sencillez, gozo, alegría, unanimidad, perseverancia, compartir…esas eran las bases de esta primera iglesia, que no eran más que comunidades de creyentes que, de manera espontánea, se juntaban para compartir su fe en Jesucristo. Muchos de estos creyentes habían visto a Jesús, lo habían escuchado, habían caminado con Él. Y después de Pentecostés, de que los creyentes fueran llenos del Espíritu Santo (Hechos 2:4), un nuevo fuego, un nuevo ímpetu se apropió de todos ellos y hablaban con denuedo y con valentía del Cristo resucitado. Estos versículos representan el legado de la obra de Jesús.
Eran creyentes que vivían en koinonía,(La koinonía es un concepto teológico que significa comunión. Como tal, se refiere a la comunión eclesial y a los vínculos que esta genera entre los miembros de las iglesias cristianas y Dios.), en comunión, en comunidad, en hermandad, en unidad. Eran un ejemplo vivo de cómo los creyentes compartimos el mismo Jesús, compartimos la misma guía para nuestra vida, el mismo amor por Dios, el mismo deseo de alabarle, compartimos las mismas luchas y victorias, el mismo gozo, el mismo evangelio.
Y esta unidad pronto sería probada, porque de la misma manera que compartían su fe en la vida, pronto llegaría el momento en el que compartirían su fe en la muerte.
Hebreos 11:36-38
Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.
Tenemos el recuento de la Escritura misma que nos habla de la lapidación de Esteban (Hechos 7) y de la muerte de Jacobo, el hermano de Juan, muerto a filo de espada por Herodes (Hechos 12:1-2). La tradición cuenta que Santiago el hermano de Jesús (en la fe.) fue lapidado*, que Pedro** fue crucificado cabeza abajo, al igual que Felipe***, que Andrés**** fue crucificado, que Judas fue martirizado con un hacha… y así uno tras otro.
Desde el momento en el que Nerón incendió Roma en el año 64 y culpó de ello a los cristianos, el pueblo desencadenó su furia contra los mansos y humildes discípulos del Salvador. Nunca se conocerá el número de víctimas que perecieron en esta persecución. Actos de la más brutal crueldad se llevaron a cabo con hombres y mujeres. Tácito, el historiador romano, ha descrito en sus Anales el salvajismo y crueldad que deleitaron a la población. Los cristianos eran envueltos en pieles de animales y arrojados a los perros para ser comidos por éstos; muchos fueron crucificados; otros arrojados a las fieras en el anfiteatro, para apagar la sed de sangre de cincuenta mil espectadores; y para satisfacer las locuras del emperador se alumbraron los jardines de su mansión con los cuerpos de los cristianos que eran atados a los postes revestidos de materiales combustibles, para encenderlos cuando se paseaba Nerón en su carro triunfal entre estas antorchas humanas, y la multitud delirante que presenciaba y aplaudía aquellas atrocidades.
Los cristianos morían por su fe, que, paradójicamente, era una fe viva. Esa misma fe que los fortalecía para unirse, compartir y gozarse unos con otros, les daba también la fortaleza para morir sin negar a Jesús, para morir confiando en las palabras del Salmo 48:14:
“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; El nos guiará aun más allá de la muerte.”
Estos primeros cristianos, con su fe viva, menospreciaban la muerte y se aferraban a Cristo aun en el mayor de los sufrimientos. ¿Alguna vez has visto la película Quo Vadis? Siempre me ha impresionado verla, ver cómo los creyentes se enfrentaban cantando a las fieras en el circo de Roma, cómo se arrodillaban ante los gladiadores con los ojos puestos en el cielo. Y, aunque esta sea sólo una recreación, no se diferencia de lo que los historiadores del mundo antiguo nos cuentan sobre la fe de la iglesia primitiva durante la más cruel persecución.
Apocalipsis 12:10-11
Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
Hoy en día la iglesia sigue siendo perseguida. Vemos hermanos encarcelados, torturados y asesinados por su fe. Vemos hombres y mujeres que se enfrentan, tal y como hacía la iglesia primitiva al martirio y a la muerte. ¿Qué harías tú si mañana llamaran a tu puerta y te detuvieran por ser creyente? ¿Si te separaran de tu familia, te torturaran, te amenazaran con la muerte? ¿Negarías tu fe? Yo te soy muy sincera…no sé qué haría.
La venida de Cristo está cerca…cada vez más cerca. Y sabemos que para nosotros los creyentes eso significa persecución. Querida amiga, oro para que, si tenemos que vivir esos momentos, nuestra fe sea una fe viva como la de la iglesia primitiva, como la de nuestros hermanos perseguidos alrededor del mundo. Oro para que, incluso en la muerte, pueda gozarme en la esperanza que tengo en Cristo, el Salvador de mi alma, y que mi fe sea viva ¡viva como el que vive para siempre!
No sé qué tipo de persecución sufres hoy. No sé a qué tipo de problemas y presiones te enfrentas por ser creyente. No sé si tengas que camuflarte y seguir la corriente, ocultando tu fe. Pero sí sé que el Señor te anima a mostrar tu amor por Él a pesar de todo y a regocijarte en la aflicción que esto pueda traer a tu vida.
Mateo 5:10-12
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
Bienaventurados los que padecen persecución a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Si somos perseguidas a causa de nuestra fe, en el cielo está nuestro galardón, junto con esta gran nube de testigos que sufrieron antes que nosotras.

ORIGEN DE LA IGLESIA PRIMITIVA

La Iglesia primitiva
Desde un punto de vista teológico, la Iglesia fue fundada el primer Viernes Santo, aunque en realidad no se fundó en un solo acto, sino paso a paso. El proceso fundacional empieza ya cuando Cristo llamó a los apóstoles, prosigue con la designación de pedro como piedra fundamental de la Iglesia, sigue con la instauración de los sacramentos, y llega a su consumación cuando los apóstoles, después de la Resurrección, empiezan a poner en marcha los mandatos del Maestro.
A partir de la época apostólica observamos como el mapa se va llenando con los nombres de nuevas comunidades de fieles, hasta que a finales del siglo III apenas queda en todo el Imperio Romano una sola ciudad importante en la que no se encuentren cristianos.
Como es lógico, en toda nueva corriente aparecen, además de los favorecedores, los inconformes y los detractores. Así ocurrió en el siglo I con los gnósticos que, en lugar de ser una secta separada del cristianismo, era una corriente espiritual dentro de la Iglesia, quienes tenían la penosa impresión de que el cristianismo era demasiado superficial y simplista, en lugar de considerarla como realmente era, ellos prefirieron elaborar su propia filosofía, adecuándola a lo que los gnósticos llaman un conocimiento más profundo. Los predicadores gnósticos fueron excomulgados por los primeros papas, y el movimiento perdió impulso definitivamente en el siglo III gracias a la demostración de que la doctrina cristiana era de carácter revelado.
Pero el primer cisma grave de la iglesia primitiva acaeció después de la muerte del Papa Ceferino en el año 217, siendo su promotor Hipólito, quien estaba considerado como el mejor teólogo de la iglesia cristiana de aquella época.
El Papa Calixto invitó a Hipólito a justificarse sobre un punto doctrinal y, al negarse a ello, fue excomulgado. Hipólito entonces organizó una comunidad rival y acusó al papado de relajación moral, el cisma siguió después del martirio del papa Calixto y continuó bajo el papado de sus sucesores, Urbano y Ponciano. Al fin Hipólito se reconcilió con el Papa Ponciano en el año 235 a raíz del destierro de ambos a Cerdeña, ordenado por el emperador romano Maximino el Tracio.
Los tres primeros siglos de la historia de la Iglesia reciben a menudo el nombre de época de las persecuciones y también el de época de los mártires. Así como hasta el siglo III las persecuciones eran individuales, al igual que las sentencias, en el siglo III son los emperadores quienes desencadenaron persecuciones en masa para aplacar así los sentimientos hostiles del pueblo.
Las principales persecuciones dentro del siglo III fueron ordenadas por los propios gobernantes, tales como Séptimo Severo (202) prohibiendo conversiones al cristianismo, Máximo el Tracio (235) contra los obispos, Decio (250) contra los sospechosos de ser cristianos, y Valeriano (258) contra los obispos y toda reunión cristiana.
El caso de Diocleciano fue muy curioso, puesto que después de permitir por más de cuarenta años la propagación del cristianismo, se dejó convencer en el 303 por el emperador romano Galerio para iniciar una gran persecución. Sin embargo en el 311, antes de su muerte, el propio Galerio ordenó suspender la persecución y devolver los bienes confiscados a la iglesia cristiana. De hecho, cuando Constantino subió al trono del Imperio Occidental después de la división del Imperio Romano en Oriente y occidente a finales del siglo III, la persecución ya había finalizado.
Lo que sí hizo Constantino fue imprimir un giro a la política imperial en el sentido de hacerla favorable a los cristianos, y de conceder a la Iglesia su privilegiada situación dentro del Imperio, lo cual excluyó para siempre toda posibilidad de que resucitaran las leyes de persecución. Esto realmente es lo que convierte a Constantino en el verdadero liberador de la Iglesia.
Poco después de emitir el edicto favorable a los cristianos, Galerio murió y su sucesor, Licinio, quien gobernaba el imperio oriental, lo menospreció y continuó la persecución en sus dominios. Al contrario hizo Constantino, quien veló para que en el Imperio Occidental los cristianos gozaran de libertad absoluta de culto.
De esta forma ocurrió que mientras en el Imperio Occidental florecía el cristianismo, en el Imperio Oriental proseguían las persecuciones contra los cristianos.
En el año 313, Constantino se reunió en Milán con el emperador Licinio. Por medio de lo que se conoce como el "Edicto de Milán" ambos se pusieron de acuerdo para extender la liberta religiosa a todo el Imperio. Sus conclusiones fueron publicadas en todo el Imperio y reñían el carácter de una declaración de libertad religiosa, tanto para los cristianos como para los paganos.
Pero Licinio traicionó su palabra y de nuevo persiguió a la Iglesia dentro de sus dominios orientales. Por ello Constantino le declaró la guerra y le venció en el año 323, uniendo así el Imperio bajo un solo emperador. Después de esta victoria Constantino se declaró cristiano y expresó su deseo de que todos sus súbditos se convirtieran al cristianismo.
En esta época la religión no era una opción demasiado personal; lo normal era que el súbdito siguiera la religión de su emperador, por lo cual hubo miles de bautizados, pero sin una conversión auténtica y profunda, sin convicción ni compromiso.
Esta nueva situación empezó a elevar la escala de posiciones dentro de la Iglesia, por lo que el Papa llegó a ser una especie de emperador espiritual, mientras que Constantino era el emperador terrenal.
En la misma época surgieron varias herejías, o sea, doctrinas erróneas, tales como el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesús; el monofisismo, que negaba que en Jesús pudieran coexistir dos naturalezas, la humana y la divina; y el monotelismo, que negaba que en Jesús pudiera haber dos voluntades, la humana y la divina.
Estas herejías dieron al Emperador Constantino el motivo para involucrarse en los asuntos internos de la Iglesia, incluso en la propia doctrina, interesado ante todo por mantener la paz en la Iglesia.
Constantino murió el año 337 y le sucedió su hijo Constancio, más inclinado hacia el arrianismo que hacia el cristianismo. Constancio murió el 361 siendo sucedido por Juliano, quien promulgó una serie de disposiciones hostiles hacia los cristianos. Después de cortos períodos gobernados por sus sucesores, en el 379 el poder recayó finalmente en Teodosio, cristiano practicante y convencido, quien en el año 380 convocó el primer gran Concilio de Constantinopla, por medio del cual se erradicó definitivamente el arrianismo de los límites del Imperio, y se completó además el Credo de Nicea.
Pero también este Concilio provocó distanciamientos dentro de la Iglesia, algunos de ellos ya iniciados desde Nicea, como es el caso del monofisismo mencionado anteriormente.
A fines del siglo V la mitad de Oriente era hereje (monofisita) y la otra mitad, aunque con la fe católica, era cismática; separada de Roma.
También destacan de manera admirable los Santos Padres de la Iglesia, cuyas enseñanzas difícilmente podrán ser superadas. Su labor consistió principalmente en explicar el pensamiento cristiano con un lenguaje exacto y científico, que redujera la posibilidad de errores de interpretación. Podemos mencionar entre ellos a San Atanasio, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín. Los grandes Padres de la Iglesia crearon una nueva cultura, transformando orgánicamente la milenaria cultura clásica en cultura cristiana.
Pero mientras tanto, los concilios se sucedían. En el año 431 se convocó el Concilio de Éfeso, donde se confirmó que María es la Madre de Dios y no solo de Jesucristo. En 451 se convocó el Concilio de Calcedonia en donde se decidió que Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre. En 553 se celebró el segundo Concilio de Constantinopla, de donde surgió la discutible condenación de autores cristológicos.
A partir del nacimiento del Islamismo, fundado por Mahoma, y su posterior expansión por medio de sus conquistas a partir del 662, el cristianismo perdió terreno, agravado ello por la división que ya existía entre la Iglesia Católica de habla latina y la Bizantina de habla griega.
Cuando los francos expulsaron a los bárbaros, entregaron al Papa los territorios recuperados, con lo cual éste se convirtió también en emperador terrenal, además de serlo también espiritual. Ello trajo graves consecuencias para la vida de la Iglesia: surgió la aristocracia clerical. Esta situación se prolongó hasta que en navidad del 800 el Papa León III coronó como Emperador a Carlomagno y se sometió a él, mientras que el Emperador instituía como líder espiritual de sus dominios al Papa, fue un siglo lleno de escándalos, nepotismo, abusos de poder e incluso de asesinatos de papas.
El problema del cismo resurgió nuevamente con el patriarca Miguel Cerulario, quien mandó cerrar las iglesias latinas de Constantinopla y expulsó a los monjes que no quisieron acomodarse al rito griego. Roma excomulgó al mismo tiempo a Cerulario en el año 1054, y este cisma prosigue actualmente. Desde entonces existe la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Griega Ortodoxa.
Ello surgió principalmente de entre los monjes de la Abadía de Cluny, quienes apoyaban al Papa. Ellos lucharon contra la usurpación de las funciones eclesiásticas por parte de los laicos, el mal ejemplo de vida de los sacerdotes, y la compra de cargos religiosos.
En 1059 se promulgó una ley según la cual el Papa sería elegido solamente por los cardenales. El impulsor de estas reformas fue el monje Hildebrando, quien después fue elegido Papa con el nombre de Gregorio VII.
Del siglo XII al siglo XV
Si algo nos permite medir la distancia que nos separa espiritualmente de la Edad media son las Cruzadas. Aun cuando el fin era el de la reconquista de los lugares santos en manos de los árabes, es necesario aplicar una gran reserva, tanto en el elogio como en la censura de su proceder.
A pesar de que las Cruzadas se iniciaron en la segunda mitad del siglo XI, su mayor intensidad se cobró en pleno siglo XII cuando, después de recobrada Jerusalén, Constantinopla cayó en el año 1203. Pero también en ese mismo siglo el cristianismo volvió a perder sus territorios y plazas capturadas durante las Cruzadas, ya que 1261 trajo el fin del imperio latino al caer de nuevo Constantinopla.
Pero también dentro de este siglo se sucedieron los problemas, aciertos, cismas y concordatos dentro de la Iglesia Católica. Así como en el año de 1123 se puso fin a la lucha por las investiduras, el año siguiente, 1124, trajo un nuevo cisma al enfrentarse en Roma las familias Frangipani y Pierleoni. Cada una de ellas tenía un candidato al papado, y cada una lo eligió como Papa: Inocencio II y Anacleto II.
En Letrán se condenaron las herejías de los albigenses y valdenses, así como las confusas ideas del abad Joaquín de Fiore.
En 1274 se convocó nuevamente en Lyon otro concilio, en el transcurso del cual se ordenaron varios sacramentos y se regularon diversas actividades eclesiásticas.
En 1307, después de lograrse un consenso entre facciones de obispos leales o no al rey francés Felipe el Hermoso, subió al papado Bertrando de Got, quien adoptó el nombre de Clemente V, No obstante el verdadero afán del rey era el de apropiarse de los muchos bienes templarios y de no tener que regresarles fuertes sumas de dinero que Felipe el Hermoso adeudaba al Temple en concepto de préstamos, para lo cual precisaba que el papa disolviera la Orden.
La Santa Sede permaneció en Aviñón (francia) durante setenta años, hasta que en 1377 el Papado regresó a Roma, debido principalmente a los esfuerzos realizados por Santa Catalina de Siena.
Pero Gregorio XI sólo vivió catorce meses en Roma. A su muerte los cardenales se vieron forzados a elegir un papa italiano, resultando como tal Urbano VI. Pero ya una vez fuera de Italia, los cardenales expresaron que habían sido obligados a votar por un papa italiano, con lo que declararon anulada la votación y procedieron a elegir a Clemente VII, instalándolo nuevamente en Aviñón. Esta dualidad papal duró cuarenta años.
Desde 1431 hasta 1437 se celebró el último concilio del siglo XV, el cual se inició en Basilea y continuó después en Ferrara y en Florencia, tanto por motivos políticos como económicos.
En el siglo XVI se producen una serie de cambios en la estructura social y económica que agudizan los problemas religiosos. Se dan serios conflictos entre el clero y los laicos
Por ello el 31 de octubre de 1517 un teólogo agustino de la Universidad de Wittenberg, Martín Lutero, colocó en la puerta de la Iglesia noventa y cinco proposiciones con el fin de abrir un debate sobre puntos doctrinales, y plantear las reformas que él consideraba necesarias en la Iglesia. El deseo de Martín Lutero no era el de dividir a la Iglesia, sino reformarla. En 1519 se mostró abiertamente en contra de las enseñanzas de la Iglesia Católica, por lo que en 1521 fue excomulgado. Pero el Emperador Carlos V lo protegió ante la Santa Sede y convirtió el luteranismo en la religión del estado.
En Inglaterra, Enrique VIII, que al principio había combatido a Lutero, se separó también de Roma por intereses personales debido a sus múltiples matrimonios. Había nacido la Iglesia Anglicana, cuya cabeza era el propio rey de Inglaterra. En Estados Unidos se la conoce como Iglesia Episcopal. Su teología es una mezcla de luteranismo, calvinismo y catolicismo, aunque su liturgia y estructura eclesiástica es más católica que protestante.
. El 1 de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula Exigit sinceras devotionis affectus por la que quedaba constituida la Inquisición para la Corona de Castilla, y según la cual el nombramiento de los inquisidores era competencia exclusiva de los monarcas, aun cuando todos deberían pertenecer a la Orden dominica.
La Inquisición fu definitivamente abolida el 15 de julio de 1834 mediante un Real Decreto firmado por la regente María Cristina de Borbón, durante la minoría de edad de Isabel II, y con el visto bueno del Presidente del Consejo de Ministros, Francisco Martínez de la Rosa.
La Inquisición, cuyo título real era la Santa Inquisición, resultó ser una mancha negra en la historia española, con sus casi cuatro siglos de existencia.
El Concilio de Trento aportó claridad y limpieza a la vida religiosa, pero jamás infundió un nuevo espíritu a ese modo de vida.
Pero con el fin del siglo XVIII terminaba también la época barroca, que se había iniciado en el 1605. A partir de la revolución francesa de 1789 empezaron a desmoronarse muchas monarquías, incluido el reino terrenal del Papa. En esta época del liberalismo el Papa Pío VI fue encarcelado, se destruyeron conventos y catedrales, se confiscaron los bienes de la Iglesia y se persiguió y asesinó a sacerdotes y religiosos
En el terreno político, en el siglo XX se repitió el mismo juego: en cuanto subía al poder un gobierno radicalmente liberal se confiscaban los bienes de la Iglesia, se expulsaba a los religiosos y se limitaba la libertad de enseñanza. Si luego subía un gobierno más moderado, la Santa Sede, a cambio generalmente de algunas concesiones, concluye un concordato que luego viene a ser conculcado por el próximo gobierno liberal. Y así sucesivamente.
El siglo XX ha estado plagado de persecuciones y matanzas masivas.
El Papa Pío XI promulgó casi al mismo tiempo dos encíclicas, la primera condenando el nacionalsocialismo (1937) y al año siguiente otra dirigida contra el comunismo (1938). A esto se unió Pío XII en una alocución radiofónica en 1952 condenando el comunismo chino implantado por Mao-Tse-Tung, y alertando sobre las consecuencias que estas persecuciones religiosas llevarían consigo.
Juan XXIII convocó e inauguró en 1962 el Concilio Vaticano II, que fue clausurado en 1965 por su sucesor a la muerte de éste, el Papa Pablo VI. En este Concilio, el último de la historia hasta el día de hoy, se recuperaron las ideas del primer milenio y se reinauguró el capítulo de la vida conciliar de la Iglesia.
Fruto del Concilio Vaticano II fue la constitución sobre la liturgia, la constitución dogmática sobre la Iglesia y sobre la revelación divina, los documentos sobre libertad religiosa y las religiones no cristianas, el sacerdocio ministerial, la evangelización en el mundo, la catequesis, la penitencia y reconciliación y, por último, el tema de la familia cristiana en toda su amplitud.
Juan Pablo II se convirtió en el primer papa polaco en la historia, y en uno de los pocos que en los últimos siglos no habían nacido en Italia. Su pontificado de 26 años ha sido el tercero más largo en la historia de la Iglesia Católica, después del de San Pedro, que duró alrededor de 36 años, y el de Pío IX, con 31 años de duración.
La Iglesia del final del siglo XX y de principios del siglo XXI nos deja la imagen de la voluntad del Apóstol Pablo: predicar la fe cristiana en todo el mundo y mostrar el camino de la salvación al mayor número posible de personas. Esta Iglesia actual está ocupada en llevar a la práctica el mandato del Señor: "Id y enseñad a todas las gentes, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".