viernes, 4 de mayo de 2018

MIS AMIGOS Y HERMANOS





LA IGLESIA EN LA HISTORIA

LA IGLESIA EN LA HISTORIA.
                                                                                                                                                                                   La Iglesia continúa manteniendo la presencia de Cristo en la historia humana; obedece al mandato apostólico, pronunciado por Jesús antes de ascender al Cielo: «Id y enseñad a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñadles a observar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20). En la historia de la Iglesia se encuentra, por tanto, un entrelazarse, a veces difícilmente separable, entre lo divino y lo humano. En efecto, proyectando una mirada a la historia de la Iglesia, hay aspectos que sorprenden al observador, incluso al no creyente: a) la unidad en el tiempo y en el espacio (catolicidad): la Iglesia Católica, a lo largo de dos milenios, ha permanecido siendo el mismo sujeto, con la misma doctrina y los mismos elementos fundamentales: unidad de fe, de sacramentos, de jerarquía (por la sucesión apostólica); además, en todas las generaciones ha reunido hombres y mujeres de los pueblos y culturas más diversos y de zonas geográficas de todos los rincones de la tierra; b) la acción misionera: la Iglesia, en todo tiempo y lugar, ha aprovechado cualquier acontecimiento y fenómeno histórico para predicar el Evangelio, también en las situaciones más adversas; c) la capacidad, en cada generación, de producir frutos de santidad en personas de todo pueblo y condición; d) un llamativo poder de recuperación ante crisis, a veces de mucha gravedad. El poder político romano vio en el cristianismo un peligro, por el hecho de que este último reclamaba un ámbito de libertad en la conciencia de las personas respecto a la autoridad estatal; los seguidores de Cristo tuvieron que soportar numerosas persecuciones, que condujeron a muchos al martirio: la última, y la más cruel, tuvo lugar a inicios del s. IV por obra de los emperadores Diocleciano y Galerio. En el año 313 el emperador Constantino I, favorable a la nueva religión, concedió a los cristianos la libertad de profesar su fe, e inició una política muy benévola hacia ellos. Con el emperador Teodosio I (379-395) el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano. Mientras tanto, a finales del s. IV los cristianos eran ya la mayoría de la población del imperio romano. En el s. IV la Iglesia tuvo que afrontar una fuerte crisis interna: la cuestión arriana. Arrio, presbítero de Alejandría, en Egipto, sostenía teorías heterodoxas, por las cuales negaba la divinidad del Hijo, que sería, en cambio, la primera de las criaturas, aunque superior a las demás; la divinidad del Espíritu Santo era también negada por los arrianos. La crisis doctrinal, con la que se entrecruzaron frecuentemente intervenciones políticas de los emperadores, turbó a la Iglesia durante más de 60 años; fue resuelta gracias a los dos primeros concilios el primero de Nicea (325) y el primero de Constantinopla (381), en los cuales se condenó el arrianismo, se proclamó solemnemente la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo, y se compuso el Símbolo Niceno Constantinopolitano (el Credo). El arrianismo sobrevivió hasta el s. VII porque los misioneros arrianos lograron convertir a su credo a muchos pueblos germánicos, que sólo poco a poco pasaron al catolicismo. En el s. V hubo, en cambio, dos herejías cristológicas, que tuvieron el efecto positivo de obligar a la Iglesia a profundizar en el dogma para formularlo de modo más preciso. En el 476 cayó el Imperio Romano de Occidente, que fue invadido por una serie de pueblos germánicos, algunos arrianos, otros paganos. El trabajo de la Iglesia en los siglos sucesivos fue el de evangelizar y contribuir a civilizar a estos pueblos, y más adelante a los pueblos eslavos, escandinavos y magiares. A finales del s. VIII se institucionalizó el poder temporal del papado (Estados Pontificios), que ya existía de hecho desde finales del s. VI, surgido para suplir el vacío de poder creado en la Italia central por el desinterés del poder imperial bizantino, nominalmente soberano en la región, pero de incapaz de proveer a la administración y defensa de la población. En la noche de Navidad del año 800 se restauró el imperio en Occidente (Sacro Imperio Romano): el papa coronó a Carlomagno en la basílica de San Pedro; nació así un estado católico con aspiraciones universales, caracterizado por una fuerte sacralización del poder político, y un complejo entrelazarse de política y religión, que durará hasta 1806. En el año 1054, el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, realizó la definitiva separación de los griegos de la Iglesia Católica (Cisma de Oriente): fue el último episodio de una historia de fracturas y disputas iniciada ya en el s. V, y debida en buena medida a las graves interferencias de los emperadores romanos de oriente en la vida de la Iglesia (cesaropapismo). Este cisma afectó a todos los pueblos dependientes del patriarcado, y hasta ahora afecta a búlgaros, rumanos, ucranianos, rusos y serbios En los s. XIII y XIV se asiste al apogeo de la civilización medieval, con grandes realizaciones teológicas y filosóficas (la escolástica mayor: san Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, san Buenaventura, el beato Duns Scoto), literarias y artísticas. Por lo que se refiere a la vida religiosa es de gran importancia la aparición, a inicios del s. XIII, de las órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, etc.). La Edad Moderna se abre con la llegada de Cristóbal Colón a América, evento que junto a las exploraciones en África y Asia dio comienzo a la colonización europea de otras partes del mundo. La Iglesia aprovechó este fenómeno histórico para difundir el Evangelio en los continentes extra europeos. La Reforma Protestante tiene la grave responsabilidad de haber roto la milenaria unidad religiosa en el mundo cristiano-occidental, causando el fenómeno del confesionalización, es decir la separación social, política y cultural de Europa y de algunas de sus regiones en dos campos: el católico y el protestante. La Iglesia Católica, aunque asolada por la crisis y por la defección de tantos pueblos en unos pocos decenios, supo encontrar energías insospechadas para reaccionar y comenzar a realizar una verdadera reforma: este proceso histórico ha tomado el nombre de Contrarreforma, cuyo culmen es la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), en el cual se proclamaron con claridad algunas verdades dogmáticas puestas en duda por los protestantes (canon de las Escrituras, sacramentos, justificación, pecado original, etc.), y se tomaron también decisiones disciplinares que robustecieron e hicieron más compacta a la Iglesia (por ejemplo la institución de los seminarios y la obligación de residencia en la diócesis para los obispos). El otro enemigo con el que se encontró la Iglesia en el s. XVIII fue la ilustración, un movimiento en primer lugar filosófico, que tuvo gran éxito entre las clases dirigentes: tiene como fondo una corriente cultural que exalta la razón y la naturaleza, y al mismo tiempo realiza una crítica indiscriminada a la tradición. La Revolución Francesa, que empezó con la decisiva aportación del bajo clero, derivó rápidamente hacia actitudes de galicanismo extremo, llegando a producir el cisma de la Iglesia Constitucional, y a continuación asumiendo tonos claramente anticristianos (instauración del culto al Ente Supremo, abolición del calendario cristiano, etc.), hasta llegar a una cruenta persecución de la Iglesia (1791-1801): el papa Pío VI murió en el 1799 prisionero de los revolucionarios franceses. La subida al poder de Napoleón Bonaparte, hombre pragmático, trajo la paz religiosa con el Concordato de 1801. Benedicto XV se enfrentó a la tempestad de la Primera Guerra Mundial, logrando mantener una política de imparcialidad entre los contendientes, y desarrollando una actividad humanitaria a favor de los prisioneros de guerra y la población afectada por la catástrofe bélica. Pío XII tuvo que afrontar la terrible prueba de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual actuó de diversos modos para salvar de la persecución nacionalsocialista a cuantos hebreos fuera posible

LA IGLESIA DE JESUCRISTO

LA IGLESIA DE JESUCRISTO La Iglesia es una Sociedad Religiosa Universal.-

Todo el mundo sabe que existe una sociedad religiosa, cuyo fin es dar culto al verdadero Dios y a Jesucristo, su divino Hijo. Esta Sociedad es la Iglesia. Nadie ignora que el Jefe Supremo de la Iglesia es el Papa, que reside en Roma, en la Ciudad del Vaticano. También es público y notorio que la Iglesia tiene miembros repartidos por todas las naciones del mundo. Precisamente por eso se la llama Iglesia Católica o Universal, y a sus miembros se les denomina Católicos. Se sabe también que esta Iglesia enseña una doctrina, la «Doctrina Cristiana», que su Fundador, Jesucristo, le mandó conservar y predicar por todo el mundo; que posee unos medios de Santificación, llamados Sacramentos, y que los encargados de enseñar esa Doctrina y administrar esos Sacramentos son los Obispos y los Sacerdotes. La inmensa mayoría de las gentes no saben de la Iglesia más que estas generalidades. Tú, que aspiras a ser cristiano culto, debes saber de la Iglesia más de lo que sabe esa inmensa mayoría. La verdadera Iglesia de Jesucristo ha tenido una preparación, a saber: la Iglesia primitiva o patriarcal y la Iglesia judaica o de Moisés. Primeramente fueron los Patriarcas los que tributaron culto al verdadero Dios. La religión primitiva o patriarcal conocía la existencia de Dios y de los ángeles, el pecado original, las promesas de un Redentor y otros dogmas fundamentales. Los hombres se fueron apartando poco a poco del culto al verdadero Dios y adorando a los ídolos, por lo cual el Señor escogió a un pueblo, el pueblo hebreo, para que fuese depositario de las promesas del Redentor y le tributase el culto de adoración que Él sólo merecía. Para eso llamó a Abrahán y le dijo: «Deja la casa de tu padre y ve a la tierra que yo te indicaré, porque te voy a haber padre de un gran pueblo» (Génesis 12, 1-2). Algún tiempo después ordenó a Moisés libertar al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, y le dio instrucciones para organizar el culto. La Moral mosaica era más perfecta que la de los primitivos patriarcas, pues comprendía el Decálogo o diez mandamientos dados por Dios a Moisés y otros preceptos derivados del mismo. Jesucristo es el «Hijo de Dios hecho hombre, que nació de la Virgen María». Vino al mundo para redimirnos del pecado y libramos de la muerte eterna. Según habían anunciado los patriarcas y profetas. Para fundar (SI O NO.) esta su Iglesia, Jesucristo escogió doce Apóstoles, a quienes confió su divina doctrina; completó la Moral del Decálogo con el famoso Sermón de la Montaña; e instituyó los siete Sacramentos y el Sacrificio de la Misa, que son los más excelentes medios de que pueden disponer los hombres para santificarse y alcanzar la Gloria. Antes de su Ascensión a los Cielos envió a sus Apóstoles a predicar el Evangelio por todo el mundo, a bautizar a todas las gentes y a gobernar a todos los hombres para llevarlos a la Vida Eterna: «Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura; bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (San Marcos 16, 15 y San Mateo 28, 19). Jesús cumplió su palabra de estar con la Iglesia hasta el fin de los tiempos. En efecto: desde la fundación de la Iglesia, Jesús está presente en ella
Por el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y el Santo Sacrificio de la Misa, en el que Jesús es a la vez Sacerdote y Víctima.
Por la Gracia que comunica a los demás Sacramentos, de los que Él es Ministro Principal. Por la Fe, la Esperanza y la Caridad, las tres virtudes teologales, que son como el alma de la Iglesia. Por medio de la Jerarquía eclesiástica; sobre todo, por el Papa, que es Vicario de Jesucristo en la tierra. Finalmente, Jesucristo está presente en la Iglesia, dándole fuerzas para vencer los innumerables obstáculos que se opusieron a su pacifico desarrollo en el mundo, desde su aparición hasta nuestros días. Jesús había prometido varias veces a los Apóstoles que les enviaría el Espíritu Santo. En el Sermón de la Cena se lo dijo hasta tres veces (14, 15 y 16 del Evangelio de San Juan) Antes de subir Jesús a los Cielos mandó a los Apóstoles permanecer en Jerusalén esperando la venida del Espíritu Santo que los había de bautizar y confirmar con su divina virtud: «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hechos 1, 5). Al subir Jesucristo a los cielos quedaron reunidos en el Cenáculo, en espera del tantas veces prometido Espíritu Santo, los once Apóstoles, presididos por Pedro y acompañados de la Santísima Virgen y de las piadosas mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida pública. Ante la predicación y los milagros de los Apóstoles, y la vida santa de los primitivos cristianos, se obraban continuas y numerosas conversiones entre los judíos de Jerusalén y ciudades limítrofes, con lo que la primitiva Iglesia se iba extendiendo considerablemente. Este progreso de la Iglesia movió al Sanedrín a poner en prisión a los Apóstoles y a ordenarles terminantemente que no predicaran la doctrina de Jesús. Pero los Apóstoles contestaron con valentía: «Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres»; y siguieron predicando sin cesar. La vida de los primitivos cristianos era de unión, caridad y oración. (Hechos 2, 44 y 47). Jesús había anunciado repetidas veces a sus discípulos que sufrirían persecuciones a causa de su nombre. El primer gran obstáculo que se opuso al desarrollo del Cristianismo en el mundo fueron las persecuciones, que por espacio de casi tres siglos ensangrentaron el Imperio Romano. Jesucristo las había anunciado cuando dijo a los Apóstoles: «Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (San Juan 15, 20). «Va a venir un tiempo en que quien os matare se persuada hacer un obsequio a Dios» (San Juan 16, 2); «pero tened confianza: Yo he vencido al mundo» (San Juan 16, 33). Se emplearon contra los cristianos los más diversos y horribles instrumentos de martirio: la pez y el aceite hirviendo, la hoguera, las fieras del circo, la crucifixión, etc.

! QUE ES UNA ARQUIDIOCESIS EN LA IGLESIA CATOLICA.!



Arquidiócesis
Diócesis
En la Iglesia católica de rito romano la archidiócesis o arquidiócesis (archi- y arqui- provienen del griego y significan 'ser el primero') es una diócesis con un rango superior a las convencionales. El título es un nombre honorífico y de él se deduce que el obispo titular sea denominado arzobispo. En las Iglesias orientales católicas, las arquidiócesis se denominan archieparquías.
La arquidiócesis suele presidir sobre un grupo de diócesis de una región, las cuales son conocidas como "sufragáneas", pero la incidencia del arzobispo en la vida de dichas diócesis es más de preeminencia que de injerencia, a menos que existan razones de fuerza mayor para ello como la imposibilidad de un obispo a regir la vida de su diócesis. No todas las archidiócesis tienen diócesis sufragáneas (por ejemplo, la Archidiócesis Castrense de España, no tiene porque no es una arquidiócesis territorial). 
Por lógica, el obispo recibe el título de arzobispo y éste constituye un cuerpo administrativo que dirige la labor eclesial de la archidiócesis. El arzobispo es nombrado solo por el papa y está bajo supervisión directa de este (a diferencia de los obispos convencionales) De las 629 arquidiócesis existentes en septiembre de 2011, 547 son metropolitanas. 
Las arquidiócesis metropolitanas fueron creadas en el siglo V en la capital de cada provincia del Imperio romano, siendo su jefe un arzobispo metropolitano. Cada arquidiócesis metropolitana es cabeza de una provincia eclesiástica, la cual comprende normalmente otras jurisdicciones, llamadas sufragáneas de la arquidiócesis metropolitana.
En las Iglesias orientales católicas, existen 4 archieparquías que encabezan las 4 Iglesias archiepiscopales mayores:
Archieparquía Mayor Emakulam - Angamaly, de la Iglesia católica siro-malabar.
Archieparquía Mayor de Fagaras y Alba Iulia, de la Iglesia greco-católica rumana.
Archieparquía Mayor de Kiev-Halich, de la Iglesia greco-católica ucraniana.
Archieparquía Mayor de Trivandrum, de la Iglesia católica siro-malankara. El Decr. ChristusDominus del Conc. Vaticano II define a la diócesis (v.) como «una porción del Pueblo de Dios que se confía a un obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que, unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una iglesia particular, en que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, Santa, Católica y apostólica» (n. 11).
Según el Derecho Canónico (372 y 374). Como regla general, la porción del pueblo de Dios que constituye una diócesis u otra Iglesia particular debe quedar circunscrita dentro de un territorio determinado, de manera que comprenda a todos los fieles que habitan en él.Toda diócesis o cualquier otra Iglesia particular debe dividirse en partes distintas o parroquias.
Las arquidiócesis es en realidad una diócesis como las otras, internamente hablando funcionan del mismo modo, sin embargo agrupa a su alrededor a otra diócesis menores o más recientes que son llamadas diócesis sufragáneas (subordinadas). Esto no quiere decir que estas diócesis sufragáneas dependan de la archidiócesis para efectos de jurisdicción sino que como la Iglesia al ser jerárquica todos los conjuntos se armonizan de manera piramidal y va subiendo hasta la cima que sería el Santo Padre.