viernes, 23 de octubre de 2015

LAS SIETE VIRTUDES INFUSAS Y CARDINALES.

Las Virtudes Infusas, también llamadas Teologales, son aquellos hábitos que Dios infunde mediante su Espíritu Santo y guardan relación con la moral cristiana. En ella, se vislumbra la fe, la esperanza y la caridad. Estas Virtudes son infundidas por Dios en el alma de los fieles, haciéndolos capases de obrar como hijos suyos y merecedores de la vida eterna. En ella se describe: LA FE Es aferrarse a lo que se espera y la certeza de cosas que no se pueden ver. (Heb, 11; 1) La persona cree, y confía ciegamente en esa verdad absoluta que es Dios, dejándose guiar por Él, y entregando Su corazón para que sea transformado y renovado. LA ESPERANZA Consiste en confiar con certeza en las promesas de salvación que Dios nos ha hecho. Es un anhelo de felicidad que Dios pone en nuestro interior de que va a obrar en nuestras vidas, ante cualquier enfermedad, sufrimiento o alguna muerte de un ser querido. Esta virtud nos conlleva a luchar y perseverar; confiando en ese Dios de amor que se entrega por sus hijos. LA CARIDAD Es la generosidad y amabilidad, especialmente a los más necesitados. Este ministerio, es un llamado que Dios pone en el corazón de muchas personas, pero, que no excluye a nadie a sentir la necesidad de ayudar y acoger a los demás por amor a Jesús (Mateo 25; 35-40). En esta virtud, se cumple el segundo mandamiento que nos da el Señor: Que se amen los uno a los otros como Yo los he amado (Jn 15,12). El amor de Dios se hace humano. La caridad, es la virtud teologal más importante, y es superior a cualquier otra virtud (1 Co 13,13). San Pablo, a través del amor, nos hace ver la realidad de lo que es la caridad: La caridad es paciente y servicial. No aparenta ni se infla. La caridad no es envidiosa, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co 13, 4-8). Y termina: “La caridad no dejará de existir”. Es darse por completo al hermano y al necesitado. También tenemos las Virtudes Cardinales, que están denominados como los que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta. Estas son: La prudencia, justicia, fortaleza y templanza. LA PRUDENCIA Se dice que la Prudencia es la “Madre de todas las Virtudes”. Si no existe una buena reflexión, no puede haber buenas decisiones. Si se reflexiona superficial o equivocadamente, ningún provecho se logrará en la vida. Antes de decidir, se necesita reflexionar con calma para ver lo bueno o lo malo de esa decisión. Debemos analizar las consecuencias. Esta virtud, nos educa para reflexionar bien, y así decidir bien. En Proverbios 15, 28, nos habla que el hombre prudente no dice todo lo que sabe. Es por eso que debemos de pedir el discernimiento de Dios ante cualquier decisión o dicho, para no obtener consecuencias negativas. LA JUSTICIA Esta virtud, establece que se ha de dar al prójimo lo que es debido con equidad, respecto a los individuos y al bien común. La justicia de los hombres con Dios, es denominada «virtud de la religión», correspondiendo a su debida adoración y culto, entendiéndose este deber como: Supremo acto de fe. El Señor nos muestra en Isaías 1; 17 a aprender hacer el bien, buscar la justicia y defender a los más necesitados. LA FORTALEZA En ella somos capaces de soportar y vencer las vicisitudes que se presentan al bien y progreso espiritual, actuando el don de la fe, siendo nosotros bendecidos y sintiendo el amor de un Dios, que se apodera de nuestro ser para actuar, dándonos esa fuerza que nos empuja a seguir, luchando ante cualquier dificultad, para dar ejemplo de un Dios que vive en nuestro corazones. Yo te amo, oh Dios, fortaleza mía. El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en quien me refugio, mi escudo y mi salvación (Salmo 18; 1-3). LA TEMPLANZA Es una virtud cardinal, que consiste en moderar los apetitos de los sentidos, sujetándolos a la razón. Esta, implica un sin número de virtudes como son: la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre, lo cual nos lleva a imitar a Jesús. Esta virtud, nos hace personas libres y felices, a poseer la mansedumbre que ayuda a vencer la ira y a soportar molestias con serenidad, el conocimiento de las propias debilidades, el hacer sacrificios y mortificaciones por Dios y los demás, y poseer carácter reflexivo que le invita a pensar antes de dejarse llevar por sus emociones, deseos o pasiones . La persona que pose esta virtud, refleja paz hacia los demás. La templanza es un fruto y atributo esencial en el crecimiento espiritual (Prov. 16:32).

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