lunes, 19 de octubre de 2015

"Cuando Dios llora"

PAPA FRANCISCO MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
Todo buen padre «necesita del hijo: le espera, le busca, le ama, le perdona, le quiere cerca de sí, tan cerca como la gallina quiere a sus polluelos». Lo dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa del martes 4 de febrero. Al comentar las lecturas de la liturgia el Pontífice afrontó el tema de la paternidad, relacionándolo a las dos figuras principales descritas en el Evangelio de san Marcos (5, 21-43) y en el segundo libro de Samuel (18, 9-10.14.24-25.30; 19, 1-4): o sea Jairo, uno de los jefes de la sinagoga en tiempos de Jesús, «que fue a pedir la salud para su hija», y David, «que sufría por la guerra que estaba haciendo su hijo». Dos hechos que, según el obispo de Roma, muestran cómo todo padre tiene «una unción que viene del hijo: no se puede comprender a sí mismo sin el hijo». Éste —comentó el Papa Francisco— «es el corazón de un padre, que no reniega jamás de su hijo», incluso si «es un bandido o un enemigo», y llora por él. Al respecto, el Pontífice hizo notar cómo en la Biblia, David llora dos veces por los hijos: en esta circunstancia y en la que estaba por morir el hijo del adulterio: «también en esa ocasión hizo ayuno y penitencia para salvar la vida del hijo», porque «era padre». He aquí entonces la relación entre las dos figuras de padres. Para ellos la prioridad son los hijos. Y esto «hace pensar en la primera cosa que decimos a Dios en el Credo: “Creo en Dios padre”. Hace pensar en la paternidad de Dios. Dios es así con nosotros». Alguien podría observar: «Pero padre, Dios no llora». Objeción a la que el Papa respondió: «¡Cómo no! Recordemos a Jesús cuando lloraba contemplando Jerusalén: «Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces intenté reunir a tus hijos», como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas». Por lo tanto, «Dios llora; Jesús lloró por nosotros». Y en ese llanto está la representación del llanto del padre, «que nos quiere a todos consigo en los momentos difíciles». El Pontífice recordó también que en la Biblia hay al menos «dos momentos en los que el padre responde» al llanto del hijo. El primero es el episodio de Isaac conducido al monte por Abrahán para ofrecerlo en holocausto: él se da cuenta de «que llevaban la leña y el fuego, pero no el cordero para el sacrificio». Por ello «tenía angustia en el corazón. ¿Y qué dice? «Padre». Y de inmediato la respuesta: “Aquí estoy, hijo”». El segundo episodio es el de «Jesús en el huerto de los Olivos, con esa angustia en el corazón: «Padre, si es posible aleja de mí este cáliz». Y los ángeles vinieron a darle fuerza. Así es nuestro Dios: es padre». En ese padre misericordioso, en efecto, está «nuestro Dios», que «es padre». De aquí el deseo de que la paternidad física de los padres de familia y la paternidad espiritual de los consagrados, de los sacerdotes, de los obispos, sean siempre como la de los dos protagonistas de las lecturas: «dos hombres, que son padres». Como conclusión, el Pontífice invitó a meditar sobre estos dos «iconos» —David que llora y el jefe de la sinagoga que se postra ante Jesús sin ninguna vergüenza, sin temor de pasar por ridículo, porque estaban «en juego sus hijos»— y pidió a los fieles que renovasen la profesión de fe, diciendo «Creo en Dios Padre» y pidiendo al Espíritu Santo que nos enseñe a decir «Abbá, Padre». Porque —concluyó— «es una gracia poder decir a Dios: Padre, con el corazón».

No hay comentarios:

Publicar un comentario