sábado, 16 de enero de 2016

Inculturación del Evangelio

  El interés y, por consiguiente, el servicio que los cristianos están llamados a realizar en la cultura, está adecuadamente expresado por Juan Pablo II cuando afirma que "el diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo es el terreno vital en que se juega el destino de la Iglesia y del mundo durante este final de nuestro siglo"10. La problemática de la interacción fe-culturas emerge en el horizonte de una Iglesia que, en estos nuevos tiempos, busca nombrar -una vez más- su identidad, su ser y su misión. Por otra parte, si esta relación se ha convertido en centro de preocupación y reflexión teológico-pastoral, esto se debe, en gran parte, a los cambios experimentados por la Iglesia, tanto en la manera de comprenderse a sí misma como, también, en su manera de comprender las culturas. Si por cultura entendemos el mundo vital de un grupo o de un pueblo: su lenguaje, su organización, su sentido de la vida, del amor, de la muerte, del trabajo, de la justicia; sus símbolos y su memoria, su relación con la naturaleza y con lo trascendente, podemos entender que la evangelización debe insertarse en este complejo vital y viviente típico de cada pueblo. La primera vez que aparece el concepto de 'evangelización de la cultura' en un documento eclesiástico es en la Evangelii Nuntiandi. La Exhortación afirma que "(...) lo que importa es evangelizar -no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y las culturas del hombre...". De este modo,sin restar importancia a la necesidad de la conversión personal, el Documento se aventura en abrir nuevos cauces a la acción evangelizadora de la Iglesia11. En el n. 63 señala que “la evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia si no toma en consideración al pueblo concreto que se dirige, si no utiliza su lengua, sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, si no llega a su vida concreta”. En el n. 20 afirma que “el evangelio y, por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas”. La Evangelii Nuntiandi tuvo en su momento acogidas muy dispares y todavía en la actualidad no deja de levantar perplejidades12. Pero es el gran Documento de la Iglesia actual sobre la necesidad del encuentro entre fe y culturas. Años más tarde, en 1979, el actual Pontífice hace suya la palabra ‘inculturación’. Lo hizo en la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae. En este Documento, en el se recoge el material del Sínodo episcopal de l977 sobre la catequesis, hace una presentación con un fuerte énfasis evangelizador y de preocupación por las culturas. En los círculos católicos actuales se tiende a diferenciar inculturación de aculturación. Por 'aculturación' se entiende los fenómenos resultantes del contacto permanente entre dos grupos sociales, las consecuencias que se siguen para los modelos culturales de cada uno de ellos. 'Inculturación' apunta al proceso activo de evangelizar desde el interior mismo de aquella cultura, que recibe la revelación por medio de la evangelización, y que la comprende y la traduce según su propio modo de ser, de actuar y de comunicarse13. A partir de la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y posteriormente Juan Pablo II insisten en señalar que la nueva evangelización consiste ante todo en la inculturación del Evangelio, su inserción en la cultura y las culturas de los destinatarios de la Buena Noticia del Reino. Dios mismo ha seguido el camino de la mediación cultural en su revelación histórica. La Carta a los Hebreos así nos lo presenta: “De distintos tiempos y de diferentes maneras ha hablado Dios por medio de los profetas ; y por último ha hablado en su Hijo... (Heb 1,1). En Jesús hecho hombre Dios ha entrado en nuestro mundo: El creador se hizo creatura porque Dios participa de nuestro humanidad para hacernos partícipes de su divinidad. En la encarnación, Dios asume lo verdaderamente humano. Cualquier proceso de inculturación del Evangelio suele estar amenazado por algunos peligros. El primero es el de la identificación entre un cierto mundo cultural y la experiencia eclesial. El helenismo de los primeros siglos, la forma latina y romana de la Edad Media, el cristianismo de la Restauración son algunos ejemplos. De alguna manera podría decirse que casi por veinte siglos el Evangelio ha sido interpretado desde la cultura occidental. Todo el dogma católico ha sido elaborado a partir de cuestiones planteadas por europeos, con categorías, lenguaje y pensamiento propios de estos. Da que pensar, por ejemplo, que hasta hace apenas unas décadas la lengua latina era vista como un elemento teológico imprescindible para la unidad católica14. El segundo peligro, más actual en algunos ámbitos, es entender la inculturación como adaptación (la aculturación que señalaba). La tendencia sería a quedarse en cosas más bien externas: la adopción de la manera de vivir, de vestirse, comer, la música, etc. En este modelo, la inculturación del mensaje evangélico se queda a medias, no termina de adaptarse porque éste considerado inmutable y universal para todos.                  Un tercer peligro es la concepción que parte del presupuesto de que toda cultura precisa ser sometida a verificación, a tensión, iluminación y purificación por parte de los grandes valores del Evangelio. No es que esto sea un error, pero el peligro subyacente en esta pretensión es que no se trate sólo del contacto de la fuerza viva del Evangelio de Jesucristo con una determinada cultura, sino de un sistema cultural (al que se le considera evangélico) que pretende juzgar y colonizar a otro sistema cultural al que se supone imperfecto. Una última manera de evangelización no correcta, todavía muy presente en América Latina, es la basada en el clericalismo, las devociones, el autoritarismo y la jerarquización social. Una nueva evangelización liberadora, abierta a un proceso de amplia inculturación, debe promover con fuerza la vivencia comunitaria, la centralidad de la Palabra de Dios y del misterio celebrado; la corresponsabilidad de todo el Pueblo de Dios, la solidaridad y la opción liberadora por los pobres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario