sábado, 9 de enero de 2016

ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA CRISTIANA.

ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA
La doctrina de la Iglesia sobre el hombre, “luz para el mundo moderno”                                                             La antropología teológica es el estudio teológico del hombre. Es decir, lo que sabemos del hombre desde la revelación de Dios, tal como lo ha contemplado la rica tradición de pensamiento cristiano, que tiene también una enorme experiencia humana.                                               El hombre es un ser hecho para Dios, que está destinado a identificarse con Cristo, que tiene una dignidad particular que es el fundamento de la moral, que hay una realidad de pecado en la historia humana y en cada persona, que hay una salvación y renovación en Cristo: eso es la gracia.                                                             La antropología es la base del diálogo de la Iglesia con la modernidad. Juan Pablo II dijo, ya en su primer discurso al iniciar su pontificado, que la presentación actual del cristianismo tiene que ver con la idea del hombre.
La antigua apologética cristiana, la defensa, se convierte en una presentación del cristianismo, que responde a los anhelos más profundos de la persona. Hay que mostrar que Cristo revela el hombre al hombre.
Los cristianos tenemos una idea muy alta de lo que es el hombre, de su dignidad, de su realización, de su llamada a ser hijo de Dios y de vivir fratenalmente, de la dignidad del misterio de la vida y de la familia.                                       Todo esto es luz en el mundo. La modenidad tiene una idea del hombre como individuo libre depositario de derechos.            Esto es verdad y es una aportación y una conquista histórica.
Al mismo tiempo, si nos quedamos ahí, es pobre. Porque la libertad tiene que ver con la verdad y
está destinada a la realización del hombre. Una libertad egoísta como fin en sí misma es una especie de cortocircuito vital.                                                                                
Además, el énfasis moderno en los propios derechos da lugar a una mentalidad egoísta y pone en segundo plano las obligaciones y deberes en los que se realiza la persona, su vocación social y, en particular, su vocación al amor.
El verdadero amor, paradójicamente es entrega, donación, una voluntaria pérdida de libertad. Pero en ella se realiza la persona y saca lo mejor de sí misma.
La entrega en el matrimonio en familia, en la amistad desinteresada en la vida social, en la vida de la Iglesia, que son los grandes horizontes de la realización de la persona.
Todas éstas son grandes aportaciones cristianas, luces para el mundo moderno. Y no olvidemos tampoco la doctrina cristiana sobre el mal y el pecado.                                                             La modernidad nació con una especie de optimismo ingenuo: cree que puede vencer el mal dentro de uno mismo y fuera sólo con la razón y la educación. Pero los cristianos sabemos que se necesita la gracia de Dios y el amor entregado.                                                                           Los cristianos tenemos una idea muy alta de lo que es el hombre, de lo que es la vida y, por eso mismo, de la sexualidad, de la fecundidad humana, del matrimonio y la familia. También del celibato.
Sabemos que todo esto responde al querer de Dios y eso nos da mucha seguridad. La moral sexual cristiana se apoya también en la misma evidencia natural de la sexualidad, en la realidad del amor conyugal y de la familia como comunidad natural humana.                                                                         Por eso es una realidad que merece el máximo respeto. Decía un sensato autor, Sheed, que la vida es sagrada, por eso el matrimonio es sagrado y el ejercicio de la sexualidad humana también tiene algo de sagrado.                                         A la pérdida del valor de la familia en las sociedades occidentales. Es una especie de suicidio y quizá no es la primera vez que se produce en la historia.                                  El cristianismo forma parte, y muy importante, de nuestra cultura.                                                                                      No sólo porque vivimos en él, sino porque muchas de las grandes ideas del mundo moderno están arraigadas en el cristianismo.
El famoso lema de la Revolución francesa, “libertad, igualdad, fraternidad” expresa ideales cristianos.
Los cristianos creemos en la existencia real de la libertad, en que los hombres somos iguales y en que somos hermanos porque somos hijos de Dios.                                                      Una gran parte de la cultura moderna ya no es capaz de sostener sus fundamentos, porque no cree en ellos. Tampoco cree en el valor o dignidad de la vida humana.                              La extensión del aborto es una prueba de que se impone la utilidad por encima del valor: hago lo que me apetece o lo que me conviene, por encima de lo que es valioso, de lo que debo, de lo que es bueno.
En el fondo, muchos defienden que el hombre, cada hombre, es sólo un poco de materia casualmente organizada. Nosotros creemos que es un gran valor.                                                     Los cristianos somos los grandes humanistas de la cultura moderna, aunque no somos los únicos, porque mucha gente con sentido común y con sentido de la belleza o de la justicia comparte estas convicciones.                                                     Me parece que no tratan de entender mejor al hombre, sino que quieren usarlo. No enfocan el tema desde la dignidad humana, sino desde la utilidad.
Por eso, no les importa generar cientos de miles de embriones humanos y dejarlos en frigoríficos a la espera de tirarlos a la basura o entregarlos a la experimentación de cosmética.          Es misión de todos, pero especialmente de las personas más comprometidas defender ante esto la dignidad humana.
No es sólo cosa de cristianos. Como hemos dicho compartimos estos valores con muchos que creen en la existencia de la justicia, de la belleza, del amor humano y de la dignidad de la persona                                                                                        El hombre nunca deja de ser hombre. Nosotros creemos que pervive. Pero muere. ¿Cuándo muere? Eso hay que establecerlo clínicamente.
Los cristianos pensamos que mientras existe la vida corporal, sus manifestaciones, el hombre está vivo y merece ser tratado con dignidad.
La Medicina considera que con algunas manifestaciones se produce lo que se llama la muerte cerebral. Esto lo tiene que determinar la Medicina.
De todas maneras, la dignidad de la persona merece siempre, en caso de duda, ser tratada con respeto. Porque el momento exacto a veces no se puede determinar desde fuera.            

Nosotros creemos que la dignidad humana se basa en que el hombre es imagen de Dios. Otros no lo saben, pero lo perciben de alguna manera al ver las manifestaciones de la bondad humana: la inteligencia, la moral, el sentido estético,... con esto alcanzan a comprender algo de la dignidad humana.
Frente a ello nos encontramos personas que tienen una mentalidad materialista, que creen que el hombre es una acumulación de materia y por tanto da lo mismo destruir un montón de arena que una persona, prácticamente.               También hay personas que todo lo sacrifican a su utilidad, a su conveniencia. Esto es la esencia de la inmoralidad. Por eso mismo no respetan la dignidad, ni de su persona ni de nada.

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