martes, 2 de mayo de 2017

ECLESIOLOGIA HISTORIA DE LA IGLESIA


EL CISMA DE ORIENTE Y OCCIDENTE

La palabra ‘cisma’ significa ‘separación’. El Cisma de Oriente y Occidente, también conocido como el Gran Cisma, es, pues, la separación del papa y la cristiandad de Occidente, de la cristiandad de Oriente y sus patriarcas, en especial, del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. El distanciamiento entre ambas Iglesias comienza a gestarse desde el momento mismo en que el emperador Constantino el Grande decide trasladar, en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla; se inicia, prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte (395) el Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que es reconocido emperador de Occidente, y Arcadio, de Oriente; se agudiza en el siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla, y se consuma definitivamente en el siglo XI con Miguel I Cerulario, también patriarca de Constantinopla.
En tres grupos pueden clasificarse las principales causas que motivaron el Cisma:
1. De tipo étnico: La natural antipatía y aversión entre asiáticos y europeos,
2. De tipo religioso: Las variaciones que, con el paso del tiempo, fueron imponiéndose en las prácticas litúrgicas, dando lugar al uso de calendarios y santorales distintos; las continuas disputas sobre las jurisdicciones episcopales y patriarcales que se originaron a partir de dividirse en dos el Imperio; la opinión extendida por todo el Oriente de que, al ser trasladada la capital del Imperio de Roma a Constantinopla, se había trasladado igualmente la Sede del Primado de la Iglesia universal; las pretensiones de autoridad por parte de los patriarcas de Constantinopla, que utilizaron el título de ‘Ecuménicos’ a pesar de la oposición de los papas, que reclamaban para sí, como obispos de Roma, la suprema autoridad sobre toda la cristiandad; la negativa de los patriarcas de Oriente a reconocer esa autoridad sobre la base de la Sagrada Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras, alegando que el obispo de Roma sólo podía pretender ser “primus inter pares”
3. De tipo político: El apoyo que buscaron los papas en los reyes francos y la restauración en Carlomagno del Imperio de Occidente (s. IX) mermaron prestigio a los emperadores de Oriente, que tenían pretensiones a la reunificación del antiguo Imperio romano.
Que los papas no consideraban válido el sacramento de la confirmación administrado por un sacerdote; que los clérigos latinos se rapaban la barba y practicaban el celibato obligatorio; que los sacerdotes de la Iglesia Romana usaban pan ácimo en la Santa Misa, práctica considerada en Oriente una herejía de influencia judaica; y, en fin, que los papas habían introducido en el credo la afirmación de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, en contra de lo que sostenían los patriarcas orientales, que no reconocían esta última procedencia.
En la autoría del Cisma se ven implicados Miguel III el Beodo (838-867), emperador de Oriente,César Bardas,Gregorio Asbesta, metropolitano de Siracusa; Focio, secretario de la Cancillería imperial, y Miguel Cerulario, patriarca de Constantinopla.
Como defensores de la unidad de la Iglesia merecen citarse los papas Nicolás I, Adriano II, Juan VIII y León IX; Ignacio, patriarca de Constantinopla, y la emperatriz Teodora, madre del emperador Miguel III y hermana de Bardas.
Ignacio, patriarca de Constantinopla (799-878), era un hombre de exquisita piedad, pero excesivamente austero y de una rigidez que rayaba en la intransigencia. Bajo la protección de la emperatriz Teodora, se preocupó de velar con celo extraordinario por la pureza de la fe y la práctica de las buenas costumbres.
El día de la Epifanía del año 857, Ignacio negó la sagrada comunión a César Bardas a causa de la conducta inmoral y escandalosa de que hacía alardes. Bardas juró vengarse de esta humillación y busca la alianza de Gregorio Asbesta, encarnizado enemigo de Ignacio, quien, junto con el papa Benedicto III, lo había suspendido en sus funciones de metropolitano de Siracusa. La emperatriz Teodora se declaró defensora de Ignacio, pero Bardas la acusa de complicidad, y, tras ordenar que le fuese cortado el cabello como castigo, la encerró violentamente en un convento, mientras Ignacio era desterrado a la isla de Terebinto.
Era preciso sustituir inmediatamente a Ignacio en la Sede del Patriarcazgo bizantino, y nadie más a propósito que Focio (820-897), secretario de la Cancillería imperial y perteneciente a una familia noble, emparentada con Bardas.
Focio era hombre erudito, tanto en ciencias profanas como sagradas, hábil político, pero soberbio y ambicioso,Focio era seglar y los Sagrados Cánones prohibían su ascenso directo al episcopado, en pocos días, del 22 al 25 de diciembre del 858, confirió a Focio las órdenes sagradas, incluso el episcopado, lo que permitió que el emperador le otorgase la dignidad de Patriarca de Constantinopla.
Con el fin de legitimar su actuación, Focio escribe una carta al papa Nicolás I, sucesor de Benedicto III, en la que le comunica su exaltación al Patriarcado, cosa que había aceptado —explicaba tan cínica como hipócritamente— en contra de su voluntad y a pesar de no creerse digno de tan alto cargo. En esa misma carta hacía una profesión fingida de fe cristiana de acuerdo con el Credo de Roma y sumisión total al Pontífice.
No convencido de los argumentos que contenían ambos escritos, Nicolás I envió dos legados a Constantinopla para que le informaran de lo ocurrido, pero, sobornados por Focio y Bardas, informan al Papa falsamente de acuerdo con las anteriores cartas.

Pero no tardaron en llegar a Roma los informes del propio Ignacio y de otros obispos adictos a la Santa Sede, dando cuenta al Pontífice de la realidad de los hechos. Disconforme con los hechos, Nicolás I protestó por la actitud del emperador bizantino, se negó a reconocer patriarca a Focio y reunió en Letrán un sínodo (863), en el que se excomulga a Focio, se le desposee de todas sus dignidades y se restituyen a Ignacio todos sus derechos. Como era de esperar, ni Focio ni el emperador aceptaron la decisión del Pontífice.
El emperador Basilio I el Macedonio (810-886), enemigo personal de Focio, encierra a éste en un monasterio (867) y repone a Ignacio en la Sede Patriarcal con todos los honores. A la muerte del patriarca Ignacio el papa Juan VIII, que había sucedido a Adriano II y cuyo desacuerdo con su predecesor era evidente, levantó las penas que pesaban sobre Focio y lo admitió por segunda vez al Patriarcado de Constantinopla.
Durante todo el siglo X, el nombre de Focio cayó en un olvido absoluto.
Su enfrentamiento con Roma se inicia en 1051, cuando, tras acusar de herejía judaica a la Iglesia romana por utilizar pan ácimo en la Eucaristía, ordena que se cerrasen todas las iglesias de rito latino en Constantinopla que no adoptaran el rito griego, se apodera de todos los monasterios dependientes de Roma y arroja de ellos a todos los monjes que obedecían al Papa.
Ante esta actitud, los legados papales publicaron su “Diálogo entre un romano y un constantinopolitano”, plagado de burlas contra las costumbres griegas, y, el 16 de julio de 1054, depositaron la bula de excomunión en el altar mayor de la iglesia de Santa Sofía, en Bizancio (antes Constantinopla), y abandonaron la ciudad de inmediato. El cisma entre ambas Iglesias, que aún se perpetúa, se había consumado.
Con todo, aunque el inicio del Gran Cisma queda fechado en la Historia a partir del papado de León IX.

Desde aquel instante hasta la actualidad, ambas se denominan a sí mismas Iglesia Católica Romana e Iglesia Católica Ortodoxa y reivindican también la exclusividad de la fórmula “Una, Santa, Católica y Apostólica”, al tiempo que cada una se considera como la única heredera legítima de la Iglesia primitiva fundada por Cristo y atribuye a la otra el “haber abandonado a la Iglesia verdadera”.
Más recientemente, algunas Iglesias orientales decidieron aceptar la primacía absoluta del papa y ahora se denomina Iglesias Orientales Católicas. Y, a raíz del Concilio Vaticano II, convocado en 1962 por el papa Juan XXIII y clausurado en 1965 por Pablo VI, la Iglesia Católica Romana emprendió una serie de iniciativas que han contribuido al acercamiento entre ambas Iglesias. IMPERIO DE ORIENTE E IMPERIO DE OCCIDENTE: En 313, las luchas de la iglesia primitiva fueron disminuidos por la legalización del cristianismo por el emperador Constantino I. En 380, bajo el emperador Teodosio I, el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano por el decreto del emperador, que persistiría hasta la caída del Imperio de Occidente, y más tarde, con el Imperio romano de Oriente, hasta la caída de Constantinopla. Durante este tiempo (el período de los Siete Concilios Ecuménicos) no se consideraron cinco primaria ve (jurisdicciones dentro de la Iglesia católica) según Eusebio: Roma, Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría, conocido como el Pentarquía.
Después de la destrucción del Imperio romano de Occidente, la Iglesia en Occidente fue un factor importante en la preservación de la civilización clásica, estableciendo monasterios, y los misioneros que envían para convertir a los pueblos del norte de Europa, en Oriente, la captura de Jerusalén en primer lugar, a continuación Alejandría y, finalmente, en la mitad del siglo octavo, Antioquía.
Todo el período de los próximos cinco siglos fue dominada por la lucha entre el cristianismo y el Islam en toda la cuenca mediterránea. En el siglo XI, ya tensas relaciones entre la Iglesia griega, principalmente en el Este, y la iglesia latina en Occidente, se convirtieron en el Cisma de Oriente y Occidente, en parte debido a los conflictos por la autoridad papal. La cuarta cruzada, y el saqueo de Constantinopla por los cruzados renegados demostraron la brecha final.
En el siglo XVI, en respuesta a la Reforma protestante, la Iglesia participa en un proceso de reforma sustancial y renovación conocida como la Contrarreforma. En siglos posteriores, el catolicismo se extendió ampliamente en todo el mundo a pesar de experimentar una reducción de su control sobre las poblaciones europeas, debido al crecimiento del protestantismo y también a causa de escepticismo religioso durante y después de la Ilustración. El Concilio Vaticano II en la década de 1960 introdujo los cambios más significativos en las prácticas católicas desde el Concilio de Trento tres siglos antes. Las ordenes.-
Es el siglo del gran Papa Inocencio III que quiso llevar a cabo el ideal de una sociedad político-religiosa medieval, en cuya cima estuviera la supremacía papal. Es un siglo en que continúan las cruzadas, y en que nacen las grandes órdenes mendicantes, como la de san Francisco de Asís y la de santo Domingo de Guzmán. Es también el siglo que ve aparecer la inquisición, y admira las expediciones de Marco Polo por el lejano oriente, hasta China. Es el siglo de las universidades y de las grandes lumbreras intelectuales, como san Alberto Magno y su discípulo santo Tomás de Aquino. Es el siglo del arte gótico. Es el siglo de la Carta Magna o Constitución, que limitaba los derechos absolutos de los reyes. ¡Interesante siglo! ¿Qué herejías azotaron a la Iglesia en este siglo?
Primero, los Valdenses. En Francia surgió la herejía de Pedro Valdés, nacido en Lyon, que un buen día abandonó sus negocios y partió a predicar el evangelio, dando ejemplo de pobreza, austeridad y desprendimiento y arrastrando compañeros de Suiza y Alemania. Atacó las costumbres de los clérigos relajados e invitaba a volver al cristianismo primitivo, pero no estuvo inmune de errores dogmáticos en sus predicaciones. Los “perfectos” entre los valdenses hacían los tres votos de pobreza, castidad y obediencia; y los simples seglares se arrogaban el derecho de celebrar la eucaristía. Sólo admitían el bautismo, la penitencia y la eucaristía. El papa Lucio III los excomulgó. Continuaron los albigenses o cátaros. Eran más peligrosos por su mayor difusión y por su más franco alejamiento de la fe católica. Se llamaban albigenses por la ciudad de Albi; y cátaros o puros. No reconocían una iglesia visible, rechazaban toda autoridad espiritual y temporal y no admitían ni la guerra ni la pena de muerte. Sólo tenían un sacramento, el bautismo del espíritu. En el siglo XIII la Iglesia medieval había llegado a su edad de oro. Pero como la naturaleza es débil, al hombre le resulta difícil mantenerse en las cimas y comete flaquezas. A fines del siglo XIII aparecen síntomas de decadencia. Ni el sacerdote concubinario, ni el monje aburguesado, ni el obispo político y feudal habían desaparecido por completo en este tiempo. La preparación del clero parroquial y su formación espiritual era muy deficiente. ,,,, Pero también hubo hechos muy positivos en la Iglesia de este siglo.
La Iglesia apoyó las cruzadas y condenó las herejías. Para ello convocó varios concilios.
El IV Concilio de Letrán, convocado por Inocencio III en 1215, condenó a los valdenses y a los albigenses.
El Concilio de Lyon de 1245 hizo un triste balance del estado espiritual de la cristiandad y señaló sus principales llagas,y sobre todo las guerras de Federico II, rey de Francia, al que el concilio tuvo que excomulgar.
El II concilio de Lyon, en 1274, volvió a hacer un llamamiento a los príncipes cristianos para acudir en auxilio de Tierra Santa. Con el fin de evitar más intromisiones civiles en la elección de los sumos pontífices, el concilio ordenó que los cardenales escogieran al sucesor del papa difunto. La reunión de los cardenales para la elección del papa desde entonces se llama cónclave.
Balance de las cruzadas
Una palabra sobre la cuarta cruzada en la que cruzados arrasaron Bizancio o Constantinopla en 1202. Fue un triste episodio, Ese acto vandálico estuvo motivado por la ambición política de algunos de los caballeros cruzados, capitaneados por la República de Venecia que buscaba la supremacía comercial.
Hagamos un breve saldo de las cruzadas:
a) Encauzaron el espíritu caballeresco de la época hacia ideales religiosos.
b) Al menos al inicio, unió a pueblos diversos en la defensa de la fe común,se evidenciaron sus divisiones e intereses.
c) En algunos despertó el espíritu misionero: san Francisco de Asís viajó a Siria (1212) y envió los primeros primeros franciscanos a Marruecos (1219).
d) Hubo muchos hechos ignominiosos, pero no deben hacer olvidar personajes ilustres como Godofredo y san Luis de Francia, que lucharon con grande idealismo cristiano.
Las Órdenes Mendicantes
Ante la relajación de algunos eclesiásticos, Dios no se olvidó de su Iglesia. Al contrario, hizo surgir las órdenes mendicantes. Sus fundadores quisieron responder a la llamada del evangelio y a las necesidades de su tiempo. Fueron sensibles en particular al desarrollo de la herejía, al movimiento urbano y a la fermentación intelectual.
Las órdenes mendicantes se llamaban así, porque en un tiempo en que los pastores de la iglesia se enriquecen siempre más, los monasterios abundan en tierras y en bienes, y la nueva burguesía de las ciudades se desvive por aumentar sus ganancias, ellos hacen voto de perfecta pobreza. Las principales órdenes mendicantes fueron la de los franciscanos y la de los dominicos.
Los dominicos: es la llamada Orden de los Predicadores, apoyada por el gran papa Inocencio III y aprobada más tarde por Honorio III en 1216. Fue fundada por santo Domingo de Guzmán, nacido en España hacia el año 1170.
Sale al encuentro de los herejes cátaros o valdenses, imitando la pobreza de Cristo pobre y aceptando las controversias dogmáticas con ellos. El obispo de Toulouse (Francia) aprueba en el año 1215 al pequeño grupo de predicadores.
Fin y objeto de la nueva orden era crear un grupo de sacerdotes aptos y altamente preparados para predicar al pueblo la sana doctrina. Dedicaron, pues, los dominicos especial atención al estudio. Tanto descollaron en las ciencias que, en vida del fundador, enseñaban ya en la universidad de París. En esa universidad brillaron de manera especial san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino.
En 1216 el papa aprueba esta orden, y adoptan la regla de san Agustín. El papa Gregorio IX les encarga la responsabilidad de la inquisición eclesial.
Los Franciscanos: Francisco, nacido en Asís (Italia) hacia el año 1181, era hijo de un rico mercader, y en el año 1205 abandona sus sueños de caballería para consagrarse a la Dama Pobreza. Se encuentra con Cristo pobre en un leproso. Cree al principio que Cristo le pide que repare las iglesias, como la de san Damián; pero más tarde comprenderá que Dios le llama a la reforma de la Iglesia, en la que se filtran abusos y modos de vivir que contradicen la santidad de las costumbres y la doctrina de la Iglesia.
Su lema es: “paz y bien”. No quiere pronunciar ningún juicio contra los sacerdotes ni contra los demás pastores de la iglesia. Pide tan sólo un espacio de libertad para vivir según el evangelio. El papa Inocencio III aprueba en 1209 el género de vida de los que desean ser “menores”, estar entre los más pobres en la escala social.
En 1219 Francisco parte hacia los santos lugares y se esfuerza en convencer al sultán de Egipto para que respeten los Santos Lugares.
La Navidad de 1223 la celebra organizando, por primera vez en la historia de la iglesia, un Belén viviente. Al año siguiente queda marcado con las llagas o estigmas de Cristo, pero no pierde la paz y la alegría.
¿Qué aportaron estas órdenes mendicantes a la Iglesia y al mundo?
Lo esencialmente nuevo que aportaban las órdenes mendicantes, no era en realidad la pobreza personal de los miembros individuales. Todas las órdenes anteriores habían observado una vida rigurosamente austera con renuncia a la propiedad privada, y en ello se habían distinguido los cistercienses.

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