lunes, 10 de octubre de 2016

La veneración a la Virgen y a los santos

La veneración a la Virgen y  a los santos 
Aunque muchos protestantes no lo crean así, la veneración a los santos y a María son dos aspectos de un mismo fenómeno, no dos cosas distintas. Se venera a María porque es la más santa de todos los seres humanos; su veneración es pues un caso hiperbólico de la veneración a los santos. Por tanto ambos tipos de veneración se basan en la creencia en la Comunión de los Santos, o sea, la convicción de que los cristianos, vivos o muertos, están unidos en Cristo y por ello pueden interceder entre sí y ayudarse espiritualmente. En este artículo analizaremos si esa intercesión es posible, si también es posible entre vivos y muertos, si tal creencia fue introducida por Constantino o ya era parte del bagaje de la Iglesia primitiva, y si tiene o no fundamento bíblico. En la segunda parte de este artículo nos centraremos en el caso concreto de la Virgen María y seguiremos el mismo proceso. Pero empecemos aclarando conceptos sobre qué dice la doctrina católica al respecto, para desechar de entrada acusaciones que no tienen fundamento:
Los santos, que reinan junto con Cristo, ofrecen a Dios sus propias oraciones por los hombres. Es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones y ayuda para obtener beneficios de Dios, a través de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, quien es nuestro único Redentor y Salvador. (Concilio de Trento, Ses. XXV).
Esto ya había sido explicado por Santo Tomás de Aquino:
La oración se ofrece a una persona de dos maneras: una es como si él mismo la fuese a conceder, y la otra es a ser obtenida a través de él. De la primera forma le oramos a Dios solamente, porque todas nuestras oraciones deben ir dirigidas a obtener gracia y gloria que sólo Dios puede conceder, según las palabras del Salmo: ‘Porque Yahveh Dios … da gracia y gloria’ (sal.8:12) Pero de la segunda forma le oramos a los santos ángeles y a los hombres, no para que Dios conozca nuestras oraciones a través de ellos, sino para que por sus oraciones y méritos nuestras oraciones sean más eficaces. Por lo cual se dice en Apocalipsis (8:4): ‘Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos.’ (Suma Teológica II-II, Q. LXXXIII,a.4).
Y ya antes que él lo había expresado también San Jerónimo en el siglo IV con estas palabras:
Si los Apóstoles y los mártires, mientras están todavía en el cuerpo, pueden orar por otros, en un tiempo cuando deben estar todavía ansiosos por sí mismos, ¡mucho más luego de que ganan sus coronas, victorias y triunfos [en el cielo]! Un hombre, Moisés obtuvo de Dios el perdón para seis mil hombres armados, y San Esteban, el imitador del Señor y primer mártir en Cristo, pidió perdón para sus perseguidores, ¿será menor su poder después de haber comenzado su vida con Cristo? El apóstol San Pablo declara que doscientos setenta y seis almas que navegaban con él le fueron dadas libremente, y después que él desaparece y comienza a estar con Cristo, ¿cerrará su boca y no será capaz de emitir una palabra a favor de aquellos que a través del mundo entero creyeron en su predicación del Evangelio? (Contra Vigilantium, n. 6, en P.L., XXIII, 344).

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