jueves, 29 de octubre de 2015

! NUESTRO MEDICO CATOLICO.!

El médico católico
Ser profesor católico de medicina es enseñar al médico a ser la caricia amorosa de Dios que cuida de sus hijos en la enfermedad y en la muerte Al médico católico, su profesión le exige ser custodio y servidor de la vida humana. Debe hacerlo mediante una presencia vigilante y solícita al lado de los enfermos. La actividad médico-sanitaria se funda sobre una relación interpersonal, es un encuentro entre una confianza y una conciencia. La confianza de un hombre marcado por el sufrimiento y la enfermedad que se confía a otro hombre que puede hacerse cargo de su necesidad y que lo va a encontrar para asistirlo, cuidarlo y sanarlo.

El paciente no es sólo un caso clínico sino un hombre enfermo hacia el cual el médico deberá adoptar una actitud de sincera simpatía, padeciendo junto con él, mediante una participación personal en las situaciones concretas del paciente individual. Enfermedad y sufrimiento son fenómenos que tocados a fondo van más allá de la medicina y tocan la esencia de la condición humana en este mundo.

El médico que se ocupa de ellos deberá se consciente de que allí esta implicada toda la humanidad y le es requerida una entrega total. Esta es la misión que lo constituye, y es el fruto de una llamada o vocación que el médico escucha, personificada en el rostro sufriente e invocante del paciente confiado a sus cuidados. Aquí se enlaza la misión del médico de dar la vida, con la del mismo Cristo que vino a dar la vida y darla en abundancia (Jn 10,10). Esta vida trasciende la vida física hasta llegar a la altura de la Santísima Trinidad, es la vida nueva y eterna que consiste en la comunión con el Padre a la que todo hom-bre está llamado gratuitamente en el Hijo, por obra del Espíritu Santo.

El médico es como el buen samaritano que se detiene al lado del enfermo haciéndose su próximo (prójimo) por su comprensión y simpatía, en una palabra, por su caridad. Así el médico participa del amor de Dios como su instrumento difusivo y a la vez se contagia del amor de Dios hacia el hombre.

Esta es la caridad terapéutica de Cristo que pasó haciendo el bien y sanando a todos (Hch 10,38). Y al mismo tiempo, la caridad hacia Cristo representado en cada paciente. El es el que es curado en cada hombre o mujer, "cuando estaba enfermo, me fuiste a ver", como dirá el Señor en el Juicio final (Mt 25,31-40).

De aquí resulta que la identidad del médico es la identidad recibida por su ministerio terapéutico, su ministerio de la vida. Es un colaborador de Dios en la recuperación de la salud en el cuerpo del enfermo. La Iglesia asume el trabajo del médico como un momento de su ministerio, pues considera el servicio a los enfermos, parte integrante de su misión; sabe bien que el mal físico aprisiona al espíritu, así como el mal del espíritu somete al cuerpo. De esta manera, el médico con su ministerio terapéutico participa de la acción pastoral y evangelizadora de la Iglesia. Los caminos por los que debe caminar son los marcados por la dignidad de la persona humana y por tanto de la ley Moral. En especial cuando trata de ejercer su actividad en el campo de la Biogenética y la Biotecnología. La Bioética le dará sus cauces delineándole sus principios de acción .

La identidad del médico

En esta posición del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud se encuentra una síntesis apretada de la identidad cristiana del médico; como lo había ya mencionado, me esforzaré por reflexionar sobre dicha identidad fijándome en especial en que se trata de una identidad recibida por una vocación y una misión que funda un ministerio del to-do especial, el ministerio terapéutico, el ministerio de la vida, el minis-terio de la salud.

La Vocación y la Iglesia

Empezamos refiriéndonos a la significación de la vocación en la Iglesia. Muchas veces las etimologías ayudan a remontarnos al sentido original de palabras que usamos con frecuencia y que parecen desgastadas por el uso. Una de ellas es la palabra Iglesia. Nos situamos en dos etimologías, la griega y la latina. Su etimología griega nos lleva al verbo ´EKKALEIN, llamar. La Iglesia, "EKKLESIA", sería el participio plural del verbo ´ekkalein, y significaría los llamados.

Ahora, situándonos en la perspectiva etimológica latina, La Iglesia es el efecto de la "Vocación"; La "Vocación", etimológicamente hablando, es la acepción latina sustantivada del verbo latino VOCARE, llamar, (lo mismo que "ekkalein") significaría así la misma llamada que congrega a los llamados, esto es, que congrega a la Iglesia. La vocación pues hace la Iglesia.

La única "Vocación" o llamada fundamental es la que hace Dios con la Palabra con la que llama a la existencia a todo lo que existe, y esta llamada, esta "vocación" primigenia, es Cristo; que es la Palabra de Dios por la que todo lo que existe y cada uno de nosotros, se llama a la existencia (Cf Ef 1,3-10; Col 1,15-20). Es en particular interesante constatar que la forma máxima de llamar hoy de parte de Dios a todo lo que existe, la máxima presencia de Cristo en el mundo, tenga su realización en la Eucaristía, pues es el memorial, la presencialización de Cristo en el hoy de la historia (Cf Lc 22,19).

En esta llamada de Dios, descubrimos tres momentos esenciales de la misma que la constituyen y que podemos sintetizar con tres palabras: "SER", "CON", "PARA". Esto es, somos llamados para ser (existir), con Dios, para los demás.

Así por ejemplo lo podemos comprobar en la llamada que Cristo hace a sus apóstoles (Mc 3,14-15), y muy en especial en la llamada que hace a la Virgen María para que sea la Madre de Dios, el Mesías (Lc 1,26-38). Pero se trata de un paradigma que se extiende por toda la historia de la Salvación.

Estas tres palabras de la Vocación nos van a servir como pauta para reflexionar sobre la doctrina pontificia acerca de la identidad del médico católico que expusimos en la Carta del Pontificio Consejo.

1. "SER"

Cuando hablamos del "Ser" en la vocación, hablamos de la existencia total. Dios habla y todo empieza a existir. Dice el Génesis: "Entonces dijo Dios: que haya luz. Y hubo luz...(1,3). Cuando Dios pronuncia su Palabra, ésta es práctica: hace lo que dice, y todo tiene en ella su consistencia, su inicio y su fin, su totalidad.

Cuando hablamos del auténtico médico católico, éste es tal por una verdadera vocación recibida de Dios mismo del cual recibe toda su existencia, por supuesto que sin excluir la colaboración al llamado de parte del mismo médico. ¿Cómo y en qué consiste la vocación médi-ca, a qué llama Dios al médico?: diseñamos a continuación algunos rasgos del "ser" de esta llamada.

1.1. La profesión

En primer lugar diremos que Dios llama al médico para una profesión, que no es lo mismo que para un oficio. Profesiones propiamente se reconocen en la historia tres, la del sacerdote, la del médico y la del gobernante o del juez. Hay que notar que como decíamos anteriormente la profesión es algo ligado con la profesión de la fe, es algo re-igioso. La profesión no es algo propiamente jurídico, pues lo jurídico en sentido positivo puede llevarse a cabo o no, o cambiarse según la voluntad de los que contraen una obligación, en cambio, la profesión es una obligación y una responsabilidad que se contrae con Dios mismo. Es una responsabilidad, y una responsabilidad significa origi-nariamente la capacidad de responder, responder viene del griego "Spenden" que originariamente significa ofrecer un sacrificio de liba-ción a Dios. La responsabilidad profesional médica significa un com-promiso (Compromiso es syngrafein en griego, significa escribir jun-tos) que se escribe a partida doble entre el hombre y Dios.

De esta sacralidad de la profesión médica se origina el juramento de Hipócrates, es el juramento de no hacer el mal al paciente, hacerle siempre el bien y estar totalmente por la vida en todas sus etapas, juramento que no es una promesa que se hace al paciente, sino que se hace directamente a Dios. La vocación del médico en este contexto es una vocación que nace del amor de Dios, es a Dios a quien el médico sigue en esta profesión, como el Bien sumamente amable .

1.2. El amor de Dios en el médico

Sin embargo, a pesar de lo sublime de esta posición hipocrática, ésta es limitada y defectuosa. Hablábamos del amor de Dios, pero este amor, de acuerdo con la mentalidad griega clásica, la mentalidad de Sócrates y Platón, de la cual participaba Hipócrates, es algo defectuoso pues presupone necesidad y nunca es plenitud. De hecho, para la Filosofía clásica griega, Dios no ama. Es sumamente amable, pero no ama, pues amar significaría carencia y Dios no puede carecer de nada. El amor es propio sólo del hombre necesitado e interesado en sa-ciarse, no de Dios el Omniperfecto. En la Mitología griega, el amor na-ce de Poros y Penia en las bodas de Afrodita. Poros representa el expediente, la necesidad, y Penia, la pobreza; juntando necesidad con pobreza, nace el amor como deseo interesado.

Esta mentalidad es totalmente corregida por la Revelación divina: Dios mismo es Amor. Es esta la definición más profunda de Dios. Su amor no consiste en que carezca de algo, sino en la máxima difusión de su propia bondad, que en tal forma se presenta que Dios Padre llega a amar tanto al mundo al que ha creado por amor difusivo de sí, que le entrega hasta la muerte a su Hijo Unigénito (Jn 3,16).

Por eso la profesión cristiana médica se centra en el amor, pero no en el amor interesado y pobre, hipocrático, sino que imita al amor perfecto de Dios y tiene su paradigma en el Buen Samaritano que en tal manera padece juntamente con el enfermo, en tal forma lo compadece, que provee a todo lo que éste necesita para su curación. En esta forma el Buen samaritano viene a ser el ejemplo a imitar por el médi-co cristiano. El Buen samaritano es la figura de Cristo que se ha com-padecido de toda la humanidad enferma y caída, y la ha levantado hasta su deificación; es el amor infinito y está tanto en el que ama como en el que es amado, está en ambos como plenitud. Y así el Buen Samaritano es la figura que identifica al médico que se compa-dece en hasta tal punto del paciente que hace todo lo que está de su parte para devolverle la salud, por amor de plenitud .

Hablando del amor que el médico debe tener a Dios y así a sus pacientes, el Papa Pío XII nos habla de los mandamientos de la ley de Dios en el ámbito de la medicina. Nos habla del primer mandamiento que es amar a Dios sobre todas las cosas y del segundo que es amar al prójimo como a uno mismo y en este amor hace consistir la identidad del médico cuando sus relaciones con el paciente están rodeadas de humanidad y comprensión, de delicadeza y solicitud.

El mismo Papa Pío XII complementa los rasgos del ser del médico aludiendo a otros dos mandamientos en especial, al quinto, "no matarás" y al octavo, "no mentirás" .

1.3. Respeto y Defensa de la Vida

En cuanto al quinto mandamiento nos recuerda cómo la identidad del médico cristiano consiste en que por el amor que está obligado a tener a Dios y a su paciente, está totalmente obligado a defender la vida en cualquier etapa en la que ésta se encuentre, pero en especial en las etapas en las que más débil se sienta, como son las iniciales y terminales. Su personalidad se diseña desde un claro y absoluto no al aborto y no a la eutanasia. En el quinto mandamiento se comprende toda la significación de la vida humana, como un don dado por Dios en mera administración al hombre y a la mujer, y que sólo deberá tener su origen dentro del matrimonio.

1.4. La formación médica

En el octavo mandamiento, "no mentirás", nos habla del compromiso claro del médico hacia la verdad, tanto a la verdad de la enfermedad y de la salud, como a la verdad de la ciencia médica .

La identidad del médico viene desde la formación que recibe, ahora bien, si atendemos a la que viene dándose en muchas Facultades de medicina podemos constatar que ésta tiene muchas deficiencias, en efecto, el curriculum escolástico de la carrera médica tiene dos partes esenciales, la primera es de los conocimientos básicos y la segunda de los conocimientos que se obtienen por las ciencias clínicas dividi-das por disciplinas o bien por su consideración de los diversos órga-nos del cuerpo humano. Es obvio que estas asignaturas deban impar-tirse, pero lo que a la vez se constata es que hay un reduccionismo bio-técnico; en la exposición de las materias se ha perdido su valor antropocéntrico y los valores éticos, afectivos y existenciales. El médico se entiende desde los requerimientos del paciente y las exigencias de un sistema economicista sanitario con plena indiferencia por las violaciones de los derechos del hombre, en especial de la vida humana.

Muchas veces encontramos como paradigma de las aplicaciones clínicas actuales una fragmentación y reducción del paciente a órganos y funciones biológicas o tecnológicas y a medicamentos; se pretende llegar a un dominio de conocimientos especializados fragmentados sin la perspectiva de totalidad mediante conocimientos y competencias relacionales con otros campos humanos fuera de la medicina; la idea de salud se propone como adaptación pasiva a estímulos patógenos y de naturaleza biofísica; la adaptación de la clínica se hace con referencia tantas veces exclusiva a los requerimientos, incluso económicos, del sistema sanitario nacional; se constata la pérdida de los valo-res éticos en la medicina y el anonimato de los pacientes; incluso se ve que se da poco valor a los aspectos existenciales de la profesión médica, a la persona del paciente, del médico y de la enfermera.

Frente a esta problemática del "ser" médico desde sus inicios en la formación que se recibe, se han formulado una serie de métodos que han sido concebidos para hacer activa la enseñanza, especialmente desde el llamado PBL (Problem Based Learning) y el método de enseñanza orientado hacia la comunidad que entiende al médico como una persona necesariamente competente a nivel relacional y científico, inserto en una realidad comunitaria, capaz de colaborar con otras figuras sanitarias y administrar los recursos a disposición en un continuo aprendizaje, como abogado siempre de la salud del paciente, capaz de conjuntar los conocimientos con la práctica médica, y por ello, en formación continua.

Esta clase de formación médica daría una nueva comprensión de la salud y de la enfermedad, atendería a la prevención y manejo de la enfermedad en el contexto de la individualidad del paciente que se complementa por su propia familia y la sociedad entera; desarrollaría así un aprendizaje basado más en la curiosidad e investigación continua que en adquisiciones pasivas; reduciría la carga de la información; propiciaría el contacto directo con los pacientes mediante el análisis personalizado de sus problemas y de todo su curriculum.

Se debería pues elaborar un programa que se basara en los siguientes principios:
1. Existencia de un significado comprensivo y último del saber médico.
2. Definición de su orientación epistemológica.
3. Definición de los valores, de las motivaciones, de la madurez psicológica, de la calidad de los conocimientos objetivos y de las capacidades metodológicas, relacionales, técnicas, aplicadas al ejercicio de la profesión.
4. Definición de los valores, de las motivaciones y de las capacidades y de la calidad de la formación de los docentes.
5. Definición de los objetivos generales y parciales de la formación.
6. Definición de los métodos didácticos. Estos principios acogen los conocimientos epistemológicos de la medicina actual que consideran la salud como una construcción psico-biológica determinada por la posibilidad y la calidad de los recursos de la persona y finalizada en dar una respuesta unitaria a las preguntas fundamentales de la existencia humana .

1.5. La formación permanente
La identidad del médico no se forja una vez por todas en su formación inicial, sino que debe prolongarse en su formación permanente. Exige la preparación muy cuidadosa de los estudiantes de medicina, pero a la vez requiere la preparación continua y progresiva de los profesores que imparten cualquier asignatura médica, preparación que nunca de-be de faltar. Los profesores en especial tienen la responsabilidad de la promoción de los nuevos médicos, la que nunca facilitarán si no les consta en conciencia de la capacidad de cada alumno para llevar a cabo tan delicada misión.

En virtud del mismo octavo mandamiento les obliga a todos los médicos el secreto profesional, y como lo hemos ya repetido, poseer una sólida cultura médica que debe constantemente perfeccionarse mediante la formación permanente.

2. "CON"
Decíamos que el segundo rasgo de la vocación cristiana se expresa por la preposición "con", con Dios. Esto es, toda vocación es para estar con Dios nuestro Señor, que es Quien capacita al hombre para llevar a cabo una misión que sin su fuerza sería inútil emprenderla. Leemos en el libro del Exodo que dice Moisés a Dios en el monte Horeb: "Y quien soy yo para presentarme ante el Faraón y sacar de Egipto a los israelitas, y Dios le contestó: Yo estaré contigo..." (Ex 3,12).

2.1. Transparencia de Cristo médico
En este apartado esbozamos los más profundos valores que deben configurar la identidad del médico católico. La personalidad del médico cristiano se identifica así como transparencia de Cristo médico. Cristo envió a sus apóstoles a curar toda dolencia y enfermedad y les dijo, Yo estaré con Ustedes hasta que se acabe el mundo (Mc 16,17; Mt 28,20), el ministerio terapéutico lo ejerce así el médico, al lado de los apóstoles, como una continuación de la misión de Cristo y como su propia transparencia.

Hay que entender esta transparencia en toda su amplitud, el médico debe transparentar toda la vida de Cristo, ésta es la presencia de Cristo en el médico. Pues Cristo cura toda dolencia y enfermedad con toda su actuación tomada integralmente. Los milagros de curaciones que efectuó, incluso la resurrección de los muertos, no eran algo definitivo en su lucha contra el mal que existe en la humanidad, contra su dolencia y muerte, sino sólo un signo de la realidad profunda que entraña su propia muerte y resurrección.


2.2. El Dolor
El tomó todos los sufrimientos, todas las dolencias, todas las enfermedades, sin excepción y las resumió en su propia muerte como la muerte del Dios hecho hombre, de manera que nada de dolor quedase fuera; y desde su muerte hizo explotar a la misma muerte, la venció en la plenitud de su resurrección. Uno de los grandes interrogativos del médico es siempre el problema del dolor, esta interrogación tiene sólo aquí su respuesta, cuando el dolor no aparece como algo negativo, sino como una positividad que culmina es verdad en la muerte, pero en una muerte fecunda de resurrección.

Así el médico debe de curar, transparentando la muerte y la resurrección de Cristo. Para esta transparencia es necesaria una identificación del médico como tal, como sanador, con Cristo sanante. Esta identificación hoy se lleva a cabo en especial en la Eucaristía y en los demás sacramentos. Los sacramentos son la presencia histórica de Cristo en el hoy, en el momento concreto que atravesamos en la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario