viernes, 4 de mayo de 2018

LA IGLESIA DE JESUCRISTO

LA IGLESIA DE JESUCRISTO La Iglesia es una Sociedad Religiosa Universal.-

Todo el mundo sabe que existe una sociedad religiosa, cuyo fin es dar culto al verdadero Dios y a Jesucristo, su divino Hijo. Esta Sociedad es la Iglesia. Nadie ignora que el Jefe Supremo de la Iglesia es el Papa, que reside en Roma, en la Ciudad del Vaticano. También es público y notorio que la Iglesia tiene miembros repartidos por todas las naciones del mundo. Precisamente por eso se la llama Iglesia Católica o Universal, y a sus miembros se les denomina Católicos. Se sabe también que esta Iglesia enseña una doctrina, la «Doctrina Cristiana», que su Fundador, Jesucristo, le mandó conservar y predicar por todo el mundo; que posee unos medios de Santificación, llamados Sacramentos, y que los encargados de enseñar esa Doctrina y administrar esos Sacramentos son los Obispos y los Sacerdotes. La inmensa mayoría de las gentes no saben de la Iglesia más que estas generalidades. Tú, que aspiras a ser cristiano culto, debes saber de la Iglesia más de lo que sabe esa inmensa mayoría. La verdadera Iglesia de Jesucristo ha tenido una preparación, a saber: la Iglesia primitiva o patriarcal y la Iglesia judaica o de Moisés. Primeramente fueron los Patriarcas los que tributaron culto al verdadero Dios. La religión primitiva o patriarcal conocía la existencia de Dios y de los ángeles, el pecado original, las promesas de un Redentor y otros dogmas fundamentales. Los hombres se fueron apartando poco a poco del culto al verdadero Dios y adorando a los ídolos, por lo cual el Señor escogió a un pueblo, el pueblo hebreo, para que fuese depositario de las promesas del Redentor y le tributase el culto de adoración que Él sólo merecía. Para eso llamó a Abrahán y le dijo: «Deja la casa de tu padre y ve a la tierra que yo te indicaré, porque te voy a haber padre de un gran pueblo» (Génesis 12, 1-2). Algún tiempo después ordenó a Moisés libertar al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, y le dio instrucciones para organizar el culto. La Moral mosaica era más perfecta que la de los primitivos patriarcas, pues comprendía el Decálogo o diez mandamientos dados por Dios a Moisés y otros preceptos derivados del mismo. Jesucristo es el «Hijo de Dios hecho hombre, que nació de la Virgen María». Vino al mundo para redimirnos del pecado y libramos de la muerte eterna. Según habían anunciado los patriarcas y profetas. Para fundar (SI O NO.) esta su Iglesia, Jesucristo escogió doce Apóstoles, a quienes confió su divina doctrina; completó la Moral del Decálogo con el famoso Sermón de la Montaña; e instituyó los siete Sacramentos y el Sacrificio de la Misa, que son los más excelentes medios de que pueden disponer los hombres para santificarse y alcanzar la Gloria. Antes de su Ascensión a los Cielos envió a sus Apóstoles a predicar el Evangelio por todo el mundo, a bautizar a todas las gentes y a gobernar a todos los hombres para llevarlos a la Vida Eterna: «Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura; bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (San Marcos 16, 15 y San Mateo 28, 19). Jesús cumplió su palabra de estar con la Iglesia hasta el fin de los tiempos. En efecto: desde la fundación de la Iglesia, Jesús está presente en ella
Por el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y el Santo Sacrificio de la Misa, en el que Jesús es a la vez Sacerdote y Víctima.
Por la Gracia que comunica a los demás Sacramentos, de los que Él es Ministro Principal. Por la Fe, la Esperanza y la Caridad, las tres virtudes teologales, que son como el alma de la Iglesia. Por medio de la Jerarquía eclesiástica; sobre todo, por el Papa, que es Vicario de Jesucristo en la tierra. Finalmente, Jesucristo está presente en la Iglesia, dándole fuerzas para vencer los innumerables obstáculos que se opusieron a su pacifico desarrollo en el mundo, desde su aparición hasta nuestros días. Jesús había prometido varias veces a los Apóstoles que les enviaría el Espíritu Santo. En el Sermón de la Cena se lo dijo hasta tres veces (14, 15 y 16 del Evangelio de San Juan) Antes de subir Jesús a los Cielos mandó a los Apóstoles permanecer en Jerusalén esperando la venida del Espíritu Santo que los había de bautizar y confirmar con su divina virtud: «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hechos 1, 5). Al subir Jesucristo a los cielos quedaron reunidos en el Cenáculo, en espera del tantas veces prometido Espíritu Santo, los once Apóstoles, presididos por Pedro y acompañados de la Santísima Virgen y de las piadosas mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida pública. Ante la predicación y los milagros de los Apóstoles, y la vida santa de los primitivos cristianos, se obraban continuas y numerosas conversiones entre los judíos de Jerusalén y ciudades limítrofes, con lo que la primitiva Iglesia se iba extendiendo considerablemente. Este progreso de la Iglesia movió al Sanedrín a poner en prisión a los Apóstoles y a ordenarles terminantemente que no predicaran la doctrina de Jesús. Pero los Apóstoles contestaron con valentía: «Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres»; y siguieron predicando sin cesar. La vida de los primitivos cristianos era de unión, caridad y oración. (Hechos 2, 44 y 47). Jesús había anunciado repetidas veces a sus discípulos que sufrirían persecuciones a causa de su nombre. El primer gran obstáculo que se opuso al desarrollo del Cristianismo en el mundo fueron las persecuciones, que por espacio de casi tres siglos ensangrentaron el Imperio Romano. Jesucristo las había anunciado cuando dijo a los Apóstoles: «Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (San Juan 15, 20). «Va a venir un tiempo en que quien os matare se persuada hacer un obsequio a Dios» (San Juan 16, 2); «pero tened confianza: Yo he vencido al mundo» (San Juan 16, 33). Se emplearon contra los cristianos los más diversos y horribles instrumentos de martirio: la pez y el aceite hirviendo, la hoguera, las fieras del circo, la crucifixión, etc.

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